Un billete en el piso
El año pasado en el mes de octubre estuvimos de vacaciones en Alemania. Además de disfrutar del tiempo libre que dan las escuelas en otoño, pasamos un día por Colonia, una ciudad grande y encantadora, muy visitada por los turistas a causa de su colosal catedral que tardó seiscientos años en ser construida, pero el motivo de nuestra visita a esa ciudad no era ese sino compartir un rato de alegría y esparcimiento en compañía de mi amiga Sabina y su familia. Una ventaja es que ella tiene dos hijas de la misma edad de mis hijos y los niños comparten muy felices, así que mientras nuestros esposos se divierten con sus temas masculinos, nosotras hacemos lo propio con nuestros temas femeninos, nos actualizamos en noticias personales y hablamos sobre el progreso de nuestros hijos en sus respectivos colegios o la manera en que hemos manejado ciertos inconvenientes propios de la edad de ellos.
La visita transcurrió en calma y según lo planeado. Ya lo he dicho en otras ocasiones: los alemanes adoran la puntualidad y planear hasta el último detalle de todas las visitas que reciben. Por este motivo, luego de un delicioso almuerzo en un restaurante típico, salimos a hacer lo que siempre se hace: caminar. Por costumbre, los alemanes salen siempre a caminar después de su almuerzo de domingo en un restaurante, por eso no es raro que los mejores restaurantes estén siempre ubicados en un lugar rodeado de naturaleza.
Nosotros, además de caminar, seguíamos la ruta que nos conduciría a un parque infantil para que los niños pudieran correr con toda tranquilidad y nosotros pudiéramos de igual manera seguir hablando sin interrupciones, cuando de repente mi hijo mayor lanzó un grito de alegría, recogió algo del piso y salió corriendo en dirección hacia mí. Todos volteamos a verlo de inmediato y él con una gran cara de alegría se acercó moviendo en su mano un billete de veinte euros que se había encontrado en el piso. Me quedo corta al decir que sus ojos brillaban como dos luceros en una noche oscura, que en su boca estaba dibujada una sonrisa de oreja a oreja y que todo su cuerpo tenía una expresión de triunfo total.
Mi otro hijo y las hijas de mi amiga corrían detrás de él en nuestra dirección. Lo primero quehizo mi hijo mayor fue mostrarme con orgullo el tesoro encontrado. Yo no alcancé a pronunciar palabra cuando la hija mayor de Sabina le gritó de forma despectiva: ¡No te pertenece!
Mi primer impulso fue abrazar a mi hijo y felicitarlo, pero mi esposo fue más rápido que yo, le tomó le billete de la mano y le preguntó que de dónde lo había sacado en un tono muy serio que me llamó la atención. Yo, como en cámara lenta pude observar el rostro de mi amiga y su esposo y ellos tenían la misma expresión de seriedad que mostraba mi marido.
– Lo encontré en el piso -respondió mi hijo cambiando su actitud de alegría por una de extrañeza al ver la actitud de los adultos.
– ¿Y ahora qué hacemos?- dijo Sabina en tono de estrés.
Yo no podía creer lo que estaba pasando.
De inmediato se vinieron a mi mente los hermosos momentos de mi infancia en que, cuando caminaba por la calle camino a mi colegio, me había encontrado una moneda en el piso, recordé la sensación de triunfo y la alegría de poderme comprar una gaseosa o un paquete de papas con ese valioso tesoro perdido y encontrado por mí sola. Es más, recordé con total claridad un domingo cuando luego de salir de misa me encontré botado en la calle un billete de mil pesos. Mi madre de inmediato me felicitó, me dio un beso y me dijo que yo tenía una suerte inigualable. Con aquel billete compré helados para toda mi familia y me sobró para las onces de la semana.
En fin, continuando con mi narración. De repente todos estaban estresados preguntándose qué deberían hacer. Yo por lo contrario abracé a mi hijo y repetí el comportamiento de mi madre para conmigo, lo felicité y le dije que era de muy buena suerte encontrarse un billete en la calle.
En ese momento vi como mi marido le decía al esposo de Sabina que el billete debería ser reportado a la policía, y el esposo de mi amiga le replicaba diciendo que no a la policía, sino a la alcaldía.
Los cuatro niños y yo presenciábamos la escena estupefactos.
Entonces Sabina consultando en su smartphone dijo entusiasmada.
– Lo tengo. Ya sé que debemos hacer y leyó textualmente: “Si alguien se encuentra más de diez euros en la calle debe llamar a la oficina de objetos perdidos de la localidad y reportar el valor encontrado, el lugar del encuentro y dejar un número de teléfono de contacto”.
Mi marido, Sabina y su esposo respiraron aliviados, el momento de tensión había pasado y la solución estaba a la vista.
Entonces yo, como buena latina, hice mi comentario.
– ¿Por qué el niño no se puede quedar con el billete? Al fin y al cabo, se lo encontró.
Todos me voltearon a mirar como si les estuviera pidiendo que robaran un banco, pero mi marido salió en mi defensa.
– Amor, estamos en Alemania y aquí hay reglas.
– Ok – dije yo – Tu país, tu cultura, tus reglas.
Mi esposo habló con mi hijo y le explicó la importancia de hacer lo correcto, le dijo que alguien debía estar muy triste por haber perdido el dinero que había ganado con su esfuerzo y trabajo y que ahora él sería un héroe por poder regresárselo.
Mi hijo ante semejantes palabras recuperó su orgullo perdido y con el apoyo de su padre llamó usando el móvil a la oficina de objetos perdidos, reportó el billete y recibió la aún más grata sorpresa de que si en seis meses nadie llama a solicitar ese dinero, entonces el billete le pertenecería a él.
Mi amiga se comprometió a colocar el billete en un recipiente de vidrio en el recibidor de su casa, para que estuviera a disposición en caso de que alguien llamara o para que mi hijo lo recuperara en seis meses.
Cinco minutos después el tema estuvo resuelto y olvidado para todos. Bueno no para mí. Desde ese día estuve pensando en ¿qué es lo correcto? Por esa razón le escribí a todos mis grupos de WhatsApp la siguiente pregunta.
– ¿Qué harían ustedes si se encontraran un billete de 20 Euros en el piso?
Puedo asegurar con certeza que el noventa y nueve por ciento de mis contactos latinos respondieron como yo lo habría hecho: recogerlo e ir de compras, recogerlo e invitar a mis amigos, guardarlo en el bolsillo. De mis contactos de otros países solo los alemanes e ingleses me respondieron que averiguar si habría una oficina de objetos perdidos para poder reportar el hallazgo.
En conclusión, ¿cuál es la cultura que estamos trasmitiendo a nuestros hijos? ¿Qué clase de país estamos formando? Los hijos aprenden de sus padres las normas de comportamiento de lo que es correcto y lo que no lo es. Pero ¿y si lo que consideramos correcto no lo es? ¿Cómo podremos educar a nuestros hijos?
Regresamos a casa de Sabina en enero y luego en marzo y a la entrada de su casa, en una urna de cristal, seguía aquel billete de 20 euros que mi hijo miraba con cautela y anhelo.
La primera semana de mayo estuvimos de nuevo en Colonia visitando a Sabina. Tan pronto entramos a la casa, ella y su familia le hicieron entrega a mi hijo de una carta dirigida por la oficina de objetos perdidos, allí le hacían entrega oficial del billete de 20 euros que se había encontrado ya que durante seis meses nadie reportó haber pedido ese dinero en el lugar informado.
Ahora sí, mi hijo se sentía como un héroe y podía disfrutar de su recompensa no solo por tener buena suerte, sino por tener paciencia y hacer lo correcto, y yo aprendí otra gran lección para mi vida.