Ganar o no ganar, esa es la cuestión
Siempre recomiendo a mis pacientes que dejen que su instinto materno las guíe por las turbulentas aguas de la maternidad. En mi concepto, esa es la única brújula con la que contamos para orientarnos y dar solución a todas las situaciones que se presentan en la cotidianidad. Esa maravillosa ayuda de la naturaleza nos facilita muchísimo el camino, sin embargo existen momentos donde el instinto entra en conflicto con la razón y una de ellas es al momento de tener juegos competitivos con nuestros hijos.
Durante estos juegos una parte, en nuestro interior, desea dejarlos ganar para verlos felices y otra parte, en contra, desea que nosotros ganemos para que los hijos aprendan el concepto de perder. Este conflicto no indica, de ninguna manera, que exista realmente un fallo en el sistema, es simplemente que para la naturaleza: el “ser madre” implica proveer, proteger y dar ejemplo. En ningún momento implica enseñar desde el punto de vista moderno ya que por instinto se supone que los niños aprenden imitando el comportamiento de sus padres, esa es la forma que tiene establecida la naturaleza para que los niños desarrollen sus habilidades innatas.
Enseñar como tal, es un invento del ser humano moderno, ya que tiene su base filosófica en expandir los conocimientos de las nuevas generaciones llevándolos a puntos más avanzados que las generaciones anteriores. Desde este punto de vista enseñar implica el uso de la razón y la lógica, más allá que los instintos.
Existe entonces un momento en la vida de toda madre donde su instinto materno empieza a ser desplazado por la lógica y la razón. Uno de esos momentos se da cuando los niños ya han superado la etapa crítica de total dependencia de sus padres e inicia su autodescubrimiento, en pocas palabras a eso de los 4 o 5 años. A esa edad es cuando los niños empiezan a ganar la capacidad de ponerse en el lugar de los demás, actuar y jugar roles ficticios, suelen ser más cocientes de sí mismos y de su rol social.
Una característica de esta edad es que los niños inician los primeros juegos competitivos y la construcción de relaciones afectivas fuera del lazo materno-paterno que pueden afectar en gran medida su autoimagen y es aquí donde los padres, en especial nosotras las mujeres, cometemos el error muy frecuente de “dejar ganar” a nuestros hijos guiadas por el instinto materno dejando de lado la lógica y la razón que nos grita exactamente lo contrario.
No me estoy refiriendo a que nosotros (los adultos) debemos ganar en todo momento, es lógico que durante el primer o segundo juego, cuando el niño o niña apenas está conociendo y aprendiendo las reglas, pueda ganar para que tome mayor interés en esta nueva actividad. Lo importante es que cuando ellos ya han superado esta primera etapa de aprendizaje tengamos el valor de no dejar que ellos ganen siempre.
Si dejamos que el niño gane todo el tiempo, le estamos creando una falsa imagen de la realidad y a su vez de sí mismos y cuando fuera del contexto familiar se enfrente al concepto de “perder”, experimentará una sensación nueva que le causará confusión y el niño tratara de mitigar el efecto utilizando las únicas herramientas sociales que conoce por naturaleza: o se pondrá agresivo o se pondrá a llorar.
Pero si desde los inicios del juego e inclusive desde que se explican las reglas se da la orientación clara de que en el juego solo existen dos posibilidades “ganar o no ganar” (resalto aquí que no estoy utilizando la palabra perder que es de connotación negativa en la sociedad) y que el objetivo es en realidad divertirse durante el proceso, es decir disfrutar del juego sin importar el resultado final, el niño aprenderá desde el comienzo que no hay necesidad de entristecerse o de estar agresivo al momento de no ganar.
Pero nosotras las madres tenemos el instinto materno que nos lleva a pensar que lo mejor es dejar que los niños siempre ganen, para protegerlos del dolor de perder. Cuando en realidad lo que estamos haciendo es anticiparnos a un comportamiento que todavía no existe en el niño y que de nosotras depende que se desarrolle o no de forma positiva.
Así que mi querida madre, la próxima vez que se siente a jugar con su hijo, deje su instinto materno de protección a un lado y piénselo dos veces antes de dejar ganar al niño por el simple hecho de verlo feliz, pues al final, con el paso de los años, lo verá más veces triste y frustrado cuando se dé cuenta, de que no siempre puede ganar en todos los juegos de su vida.