Yo migré por amor

Pluma


R

ecuerdo muy bien ese día, yo estaba en París estudiando francés, el treinta de septiembre se cumpliría el plazo de la visa y tendría que regresar a mi país, dos semanas más y mi aventura por Europa terminaría a menos que… ese hombre, verdadero motivo de mi viaje a Francia, me propusiera que me quedara con él. Siendo sincera yo no sabía realmente lo que deseaba: mi amor por él era tan intenso que cada instante a su lado era como estar en el paraíso, pero tan pronto se iba a trabajar y me quedaba en la soledad de mi apartamento, ya no estaba tan segura de ser feliz.

Estudiaba es verdad y podía salir a donde quisiera, dinero no me faltaba y sin embargo no conseguía sentir que pertenecía allí. Antes de conocerlo trabajaba en una gran empresa, tenía varias personas a mi cargo, era una mujer segura, viajaba constantemente, estaba orgullosa de todo lo que había conseguido con el sudor de mi frente y lo mejor de todo: sabía cuál era mi lugar en el mundo. Pero en París, ya no sabía quién era, tenía miedo de no aprender a hablar francés, es más tenía miedo de no conseguir un trabajo, tenía miedo de defraudar a mi familia, en especial a mis padres que con mucho esfuerzo me habían pagados mis estudios profesionales y a quienes sentía que estaba traicionando al no trabajar y dedicarme exclusivamente a ese hombre, a ese extranjero que se había adueñado de mi corazón.

Ese día de septiembre con el corazón acongojado de dolor había decidido que mi lugar no era en ese país, que quería regresar, que era más feliz cuando vivía con mi gente y tenía mi trabajo. Había decidido que no estaba capacitada para renunciar a lo que había sido hasta antes de migrar para convertirme en alguien más que desconocía por completo. Había decidido que mi amor por él no era lo suficientemente fuerte para soportar tanto cambio y tanto dolor.

Lloré, oh sí que lloré. Me senté en el sofá de la sala, abracé un cojín, subí las piernas y lloré como un bebé. Me sentía derrotada, perdida, sin razón de ser, miles de preguntas daban vueltas y vueltas por mi cabeza hasta el punto de sentirme completamente mareada: ¿Por qué la vida era tan cruel? ¿por qué tenía que haberme enamorado un extranjero? ¿Por qué tenía que haber migrado? ¿Por qué escoger? ¿Por qué me era tan difícil aprender francés? ¿Por qué la gente no me aceptaba como era? ¿por qué tenía que ser yo la que cambiara? ¿Por qué él no se venía conmigo a mi país?

Tenía miedo, ese maldito. Miedo a perder, a no ser aceptada, a no volver a ser lo que era en mi país. Miedo a ser diferente, a que la gente me mirara, a que los niños me señalaran por mi color de piel y sobre todo ese miedo a hablar y que mi acento revelara que era migrante.

Odiaba todo eso, odiaba a la vecina que salía con su bebé cada mañana a la misma hora y me saludaba con su perfecto francés, odiaba al conserje que me miraba mal desde aquel día en que yo recién llegada le había echado un balde de agua en la cabeza cuando trataba de limpiar el balcón y odiaba al vecino de arriba que me había dicho que a la hora de la siesta no se podía escuchar música, adiaba sentirme fuera de lugar, odiaba no ser como los demás, odiaba haberme venido a vivir con él.

No, yo no podría seguir allí, (pensaba abrazada a mi cojín) era una vida extraña, tenía todo lo que siempre pensé que me haría feliz, un hombre que me amaba y me brindaba estabilidad económica, libertad de hacer lo que quisiera sin preocuparme por mis necesidades primarias y sin embargo no era feliz.

-¡Seguro que si regreso si seré feliz! -me dije entre un sollozo. Pero entonces recordé que en mi país lloraba por no tener lo que allí tenía: amor. El amor de un hombre bueno que me aceptaba como era y que me hacía feliz.

En mi país trabajaba, tenía un nombre reconocido, tenía libertad y aunque tampoco me faltaba nada material, tampoco era feliz, me faltaba el amor de un hombre que fuera mi compañero para toda la vida. Ahora tenía eso pero me faltaba lo primero, ese era mi gran sufrimiento.

Cuando él llegó esa tarde yo ya había dejado de llorar, me había duchado y estaba lista para salir. sabía que iríamos a un restaurante. Esa tarde había tomado mi decisión, terminaría con él. En la cena le hablaría de mis sentimientos cruzados y que no estaba preparada para migrar por amor, le confesaría mi gran sufrimiento y le hablaría de lo feliz que hubiéramos podido ser si él no fuera extranjero y yo no tuviera que dejar mi vida por él. En el fondo no estaba segura, mis sentimientos hacia él eran demasiado fuertes, pero el amor hacía mí misma también.

Media hora más tarde ingresamos a un edificio muy elegante, tomamos un ascensor que nos llevó a la última planta y allí, al ingresar a la estancia lo primero que vi por los grandes ventanales fue a la Torre Eiffel brillando titilante en medio de la oscuridad acompañada por las luces de París. Me sentí alucinada, como en un cuento de hadas, como la cenicienta entrando al salón del palacio para bailar con el príncipe a sabiendas de que a la medianoche se acabaría la magia.

Esa fue la cena más hermosa y más romántica que he tenido en mi vida y al final cuando trajeron el postre, justo en el momento en que yo estaba dispuesta a romper el encanto de la magia confesándole a él todo mi dolor, él me tomó de la mano mostró lo que se veía a través de las ventanas y me dijo:

“Yo sé que no eres muy feliz en París. Llevas varias semanas con tu mirada triste y tus comentarios contantes de que tu vida era mejor antes de venir aquí. Te comprendo, yo tampoco soy de aquí, soy alemán pero ya llevo muchos años lejos de mi hogar, y conozco de primera mano lo que significa migrar. No estas sola, yo estoy a tu lado, eres una mujer increíble y respetaré cualquier decisión que tomes, esta noche solo quería mostrarte lo que yo te puedo ofrecer (y mostró los grandes ventanales), no te puedo ofrecer tu país, ni tu gente, ni el amor de tu familia y tus amigos allí, ni tampoco te puedo ofrecer tu cultura, solo te puedo ofrecer mi amor, mi experiencia y mi apoyo, si decides quedarte conmigo, te pido que aceptes casarte y formar un hogar junto a mí”.

Yo le dije que si y ya son once años los que llevamos casados…

Las mujeres que migramos por amor sufrimos una gran disyuntiva, ya sea que nos hayamos enamorado de un extranjero o que a nuestro esposo o compañero de vida lo hayan trasladado a trabajar en el extranjero, las mujeres que migramos por amor sufrimos un proceso que nos lleva a reinventarnos como personas.

Te invito a inscribirte al “Programa Online para Mujeres que han Migrado por Amor”, allí aprenderás a reconocerte, entenderás tu proceso y comprenderás que nunca has dejado de ser lo que eras, solo han cambiado tus prioridades. Ahora que has migrado eres una versión mejorada de lo que eras, el problema está en que no has tomado conciencia de ello y tus miedos y temores te mellan el camino. Hablaremos de tus sensaciones, tus emociones, tus miedos, tus sueños y tu proyecto de vida. Juntas construiremos un camino seguro para que te sientas y seas realmente feliz en el extranjero junto a tu esposo y tus hijos.

Solo debes enviar un e-mail al correo: andreamayoralps@gmail.com

o enviar un mensaje de texto al WhatsApp: +4917698252458

Muchísimas gracias, tu psicóloga experta en migración y desarrollo personal

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