¡Qué bonita Soledad!

Pluma


Las vacaciones se han acabado, ¿no se supone que debería estar nostálgica o triste? Hay muchas personas que sufren del síndrome post vacaciones, pero creo que no es mi caso. Hoy entraron mis hijos al colegio y mi esposo empezó a trabajar, y por fin luego de dos meses de su inseparable compañía puedo disfrutar de la soledad de mi casa. Es increíble, pero me siento feliz. Creo que de vez en cuando es importante tener tiempo para mi sola y sentirme a gusto así.

Durante las vacaciones los niños y mi esposo llenaban todos mis espacios y cuando intentaba escribir o leer, siempre llegaba alguno a interrumpir mi tranquilidad. Durante ese tiempo no he sido dueña ni de mis propios pensamientos. Cada día se convertía en un torbellino de voces que requerían de mi ayuda o mi presencia como mamá o como esposa.

Por dos meses, que se supone son para descansar, he corrido, limpiado, cocinado, empacado y desempacado maletas, he jugado, bailado, consolado, regañado, aconsejado y he hecho un montón de actividades que han estimulado mi cuerpo, pero a la vez lo han desgastado. He dormido muchas menos horas de lo acostumbrado y hoy me siento como si una manada de elefantes me hubiera pasado por encima y, sin embargo, a pesar del cansancio, estoy feliz.

Mi madre siempre me decía que la palabra vacaciones significaba “cambiar de actividad”, y hoy la comprendo por completo. Creo que me es más fácil descansar cuando no estoy de vacaciones, bueno, al menos cuando se es madre y de niños tan pequeños como es mi caso.

He indagado sobre este hecho con algunas de mis amigas y todas coincidimos en lo mismo: ser madre es algo agotador y más cuando los hijos están de vacaciones. No me mal interpreten, yo amo a mis hijos y disfruto un montón compartiendo mi tiempo con ellos, pero en algunas ocasiones eso me resulta completamente demoledor.

Creo que en mi caso no solo se mezclan las vacaciones con los hijos, sino el hecho de vivir en el extranjero, porque todos nuestros familiares están lejos. He escuchado a muchas madres decir esta mañana mientras dejábamos a los niños en la puerta de la escuela, que ellas habían enviado a sus hijos una o dos semanas a casa de la abuela, de la tía o de otro familiar. Algunas otras los enviaron a un campamento de verano donde, según ellas, los niños la pasaron genial.

Al escuchar esto me empecé a preguntar si estoy siendo una buena madre al tener a mis hijos tan apegados a mí. ¿Será que los estoy usando como escudo para luchar contra mi miedo a la soledad? No lo sé. Solo sé que pensar en alejarlos de mí más de ocho días me resulta demasiado doloroso. Prefiero suspender todas mis actividades laborales y dedicarme a ellos el tiempo de las vacaciones.

En definitiva, es mi propia decisión y soy afortunada por poderlo hacer, pues muchas otras madres, estoy segura de ello, quisieran poder compartir más tiempo con sus hijos, pero sus actividades laborales se lo impiden por completo.

Antes de casarme no era así. Generalmente al llegar del trabajo encontraba como única compañera a la soledad, un abrumador frío cargado de miedo invadía mi cuerpo y con todas mis fuerzas lo único que deseaba, en esos momentos, era regresar al trabajo para no sentirme sola. Ahora que reflexiono sobre el tema, me surge una pregunta: ¿por qué las personas, por lo general, le huyen a la soledad?

Tal vez la mejor respuesta sea que le huimos a la soledad porque es la que nos enfrenta con nosotros mismos, y eso nos permite ser conscientes de nuestros pensamientos y nuestras emociones completamente al desnudo. Pero eso no está nada mal, pueden pensar algunos: es mirarnos a nosotros mismos y aceptarnos como somos. Creo que el problema está, en que la soledad propicia un diálogo con nuestro YO interior, y por lo general ese YO en muchas ocasiones
es un pequeño dictador que nos juzga sin piedad y a nadie le gusta ser juzgado.

Creo que es por eso que no lograba ser feliz en mi soledad cuando estaba más joven, porque no lograba aceptarme tal cual como era y mi YO interior era un verdadero dictador que juzgaba hasta los más mínimos detalles de mi personalidad, de mis actitudes y de mi cuerpo. Ahora ese dictador se ha ablandado, o mejor aún, creo que ha abierto un espacio de perdón que me permite aceptarme con mis defectos.

Pero me he desviado del tema, hoy quería hablar de esta maravillosa sensación de libertad que siento. Luego de dejar a mis dos hijos en la puerta de la escuela y despedirlos con un beso en la mejilla a cada uno, vino a mi mente una canción que se adueñó de inmediato de mis pensamientos, por lo que no he parado de cantarla desde ese instante. Se llama: “Libre” del cantante y compositor Nino Bravo, esa que en el coro dice: ”!Libre! como el sol cuando amanece, yo soy libre, como el mar…”. De pronto no es la canción más apropiada para la sensación, pero el estribillo si lo es.

Es como si de repente me hubiera liberado de unas cadenas invisibles que me impedían hacer lo que deseaba y en el momento que quería. Suena un poco cruel, creo, pero es así. No me mal interpreten por favor, sigo pensando que no hay nada mejor en el mundo que estar con los hijos, pero cuando ellos están a mi lado, dejo de ser yo y me convierto en mamá. Mis prioridades y deseos pasan a un segundo lugar y dedico todos mis pensamientos y esfuerzos solo a ellos, preocupándome porque ocupen su tiempo como es debido y porque se dediquen a jugar y a ser niños felices.

No sé si este sentimiento se dé de forma generalizada, es posible que no. Hay diferentes estilos de madre, y seguro que hay otras madres que se entristecen cuando sus hijos se van para la escuela y ellas se quedan solas en sus casas o en sus trabajos. Yo, por el contrario, aprovecharé mis horas libres para hacer lo que más me gusta: trabajar en mis escritos y leer, mientras llega el momento en que mi consulta de sicología se llena de personas y tenga que dejar de nuevo de ser yo, para convertirme en la sicóloga que mis pacientes necesitan.

Creo que por fin estoy empezando a apreciar el valor de la soledad y la tranquilidad. Ya pronto llegará el fin de semana y de nuevo estaré dedicada exclusivamente a mi familia y a mi rol de madre y esposa. Ahora comprendo mucho mejor a todos esos sabios que he leído en incontables ocasiones y que voy a resumir en el adagio popular: “vive cada día sin afán, el pasado ya pasó y el futuro pronto llegará”.

La soledad es, por lo tanto, beneficiosa cuando es voluntaria y tiene carácter temporal. Permite reflexionar con calma, conocerse, descubrir las fortalezas, y mejorar las actitudes. Estar solo nos permite poner los problemas en perspectiva y analizar con calma qué es lo que nos hace felices y lo qué nos disgusta, un paso fundamental para entender nuestros sentimientos y nuestras actitudes, pero también las de los demás.

Firma

Si te gustan mis escritos y deseas conocer mis últimas publicaciones, clic aquí

y nos vemos en Facebook.