¿Por qué migrar?

Pluma


Ayer asistí a la reunión mensual de mujeres latinas en Berlín y allí conocí a una chica joven que me recordó a mí misma cuando estaba recién llegada. Su nombre es Ana y acaba de llegar de México, donde ha dejado a su familia y amigos para enfrentarse por primera vez a la vida de forma solitaria. Ella ha venido a Europa para estudiar, aprovechando uno de esos programas de intercambio donde ella es alojada en una casa de familia que le da educación, comida, dormida y transporte a cambio de que ella se encargue de llevar, recoger y cuidar a los niños de la familia mientras los padres trabajan.

Un sistema genial, en mi opinión. Mientras ella se instala en Europa otro joven de acá y casi de su misma edad se instala en México para ayudar en labores comunitarias. Es una buena manera de intercambiar culturas y costumbres, estrechar lazos de amistad y ayudar de esa manera a que el mundo sea día a día más homogéneo. Los dos jóvenes se ven infinitamente beneficiados con el intercambio, las familias que los acogen a ambos lados del océano de igual manera y las economías de los dos países también.

Durante la reunión Ana no paró de hablar acerca de sus ilusiones y planes en su nueva vida en Europa. Parecía un sol encendido en medio de muchas lunas y yo era una de esas lunas que la rodeaban. No puedo negar que cuando llegué a Europa yo también tenía ese pensamiento abierto y positivo, además de que creía que la vida era sencilla y que migrar era solo un requisito más en la construcción de mi nueva vida. Desconocía el proceso que estaba por vivir, al igual que Ana aún lo desconoce.

Embrujadas por la energía de Ana, muchas de las otras asistentes al evento la rodearon con sus propias historias de migrantes, contándole los motivos que las trajeron a estas lejanas tierras: Carmencita fue trasladada por su empresa hace ya diez años, Rosa llegó de forma ilegal por España, trabajó recogiendo tomates en Anda Lucía y luego en Madrid limpiando casas, después migró a Francia y finalmente a Alemania, aquí tiene un pequeño negocio de venta de suvenires en el centro de Berlín, Lucía vino a estudiar idiomas, conoció a quien ahora es su esposo y se quedó a vivir en Europa. Gabriela migró a causa de la guerra en Nicaragua y Pamela dejó a sus hijos y esposo en Colombia, migró con la esperanza de ganar mucho dinero y enviarlo a su país para que sus hijos tuvieran un mejor futuro que al suyo. Teresa migró obligada, dijo entre risas y luego se corrigió, a su esposo lo trasladaron y ella decidió acompañarlo en la aventura de migrar.

Escuché atentamente cada una de las historias, muchas de las cuales ya conocía de algún tiempo atrás, pero entre tanto comentario no pude evitar observar que la mayoría de las mujeres solo contaban la parte positiva de su experiencia migratoria. Muy seguramente no querían romperle las esperanzas a Ana, tan recién llegada como lo está, además de que al comienzo del proceso migratorio todo es positivo y encantador. Ya llegará el momento en que Ana empiece a atravesar por las otras etapas que encierra la migración y que son menos positivas que la primera. Yo por mi parte, haciéndole caso a mi deber de sicóloga, traté en varias ocasiones de hacerle entender que el proceso de migración al que se va a enfrentar no es tan fácil como ella lo ve en estos momentos, pero creo que no logré mi objetivo y al final sucumbí, al igual que las demás, a contarle mi historia.

Mis motivos a la hora de migrar fueron completamente diferentes a los de Ana. Yo sufrí de lo que denomino el impulso del amor, impulso del que seguro han sufrido millones de personas en todo el mundo. Conocí a un amable extranjero que se robó mi corazón y no me quedó de otra, que migrar a Europa para vivir a su lado y de esa manera recuperar el control de mi corazón desbordado de sentimientos hacia ese hombre que ahora es mi esposo.

En todo caso, la decisión de migrar en un comienzo fue bastante fácil, no conocía el proceso y pensaba que sería algo parecido a cambiarme de ciudad. Al igual que Ana, lo que más me pesaba dejar era a mi familia, pero al igual que ella pensaba que la separación era algo momentáneo y que podría mantener las relaciones afectivas en las mismas circunstancias a como las había mantenido hasta ese momento, un pequeño auto engaño muy necesario para tomar la decisión de migar.

Aparte del alejamiento físico de mis padres y hermanos, lo más difícil para mí fue dejar mi trabajo y mi independencia económica. No he de negar que tenía la gran esperanza de empezar a trabajar rápidamente, pero también sabía que el camino de la validación de mis estudios no sería fácil, y efectivamente no lo fue, pues solo casi siete años después de mi llegada a Europa pude volver a ejercer mi profesión como sicóloga.

Para Ana los caminos son completamente distintos y creo que hasta podrían ser más cortos que los míos. Ella empezará aquí sus estudios universitarios una vez termine el cuso de integración y de idiomas que ha empezado, ella no ha migrado para formar una familia como ha sido mi caso y en su corazón guarda la firme esperanza de que una vez culmine sus estudios podrá regresar a México y retomar su vida normal.

Lo que Ana no sabe es que la vida no es tranquila y plana como el agua de un lago en calma, sino que está llena de montañas y vientos fuertes que la golpean, al igual que sucede con los majestuosos Andes que recorren Latinoamérica, por lo que es muy probable que sus sueños y sus planes cambien con el transcurrir de los años. Pero así era yo recién llegada: tenía muchos planes y la vida era para mí un mar de rosas. Eso sí, no he de quejarme, pues al final he conseguido lo que buscaba: me casé, forme un hermoso hogar y ahora trabajo como sicóloga y como escritora, pero todo eso ha tomado su tiempo.

En todos estos años trabajando con migrantes me he dado cuenta de que son infinitas las razones que las personas aluden a la hora de preguntarles por qué migraron, pero, si de clasificarlas en grupos se trata, las razones no son tan diferentes las unas de las otras, por lo que he decidido agrupar a los migrantes en cuatro grandes grupos, que describo según la dificultad que he observado en ellos a la hora de asumir el proceso migratorio:

Los que mayor dificultad presentan a la hora de adaptarse son los que migran de forma obligada. Aquí entran tanto los desplazados políticos como los desplazados por los conflictos bélicos. Ellos son personas que viven el proceso migratorio desde una perspectiva un tanto negativa. Su decisión de salir del país no fue completamente autónoma por lo que tienden a profundizar en sus desarraigos, lo que les genera duelos profundos y adaptaciones dolorosas. La desesperanza de no poder regresar a su patria es una característica típica en ellos. Hay de personas a personas, y no quiero ser atrevida a la hora de generalizar, pero creo que ellos son los que requieren un apoyo sicológico más profundo en comparación con el resto de migrantes. Lo bueno es que en la mayoría de los países que los acogen les ofrecen ese tipo de apoyo.

Luego están los que migran por cuestiones laborales: nada nuevo ni en esta sociedad moderna, ni en ninguna otra anterior. El deseo de progreso es una necesidad social, así como conseguir comida y techo son necesidades básicas para la sobrevivencia. Pero dentro de este grupo existen también algunos subgrupos: los que migran con un trabajo fijo ya previamente establecido, los que lo hacen para cambiar de vida con la esperanza de conseguir un trabajo con posibilidades económicas superiores a las que tenían en su propio país, y los que buscan esa superación económica, pero ante la imposibilidad de migrar de forma legal lo hacen de manera ilegal. Los procesos psicológicos en esta categoría son completamente diferentes a los de los desplazados, pues tienen mejores posibilidades de adaptase positivamente al país de acogida, y la diferencia se palpa en la esperanza, ya que las personas que migran con la seguridad de un trabajo fijo presentan un mayor grado de esperanza que aquellas que lo hacen de forma ilegal, aunque estos últimos tienen una característica muy especial y es la resiliencia, aquella capacidad humana para adaptarse positivamente a situaciones adversas. En los migrantes ilegales el factor de desafío les brinda una energía de lucha muy superior a los otros migrantes.

Los siguientes migrantes que en mi concepto presentan una menor resistencia a la hora de adaptase a la vida en el exterior son los que migran por razones familiares y de desarrollo emocional. Las personas que migran por razones familiares por lo general no migran solos, lo hacen acompañados de sus seres queridos y eso brinda una gran fortaleza. Aquí, al igual que en la clasificación anterior, establezco subcategorías: los que migran con su cónyuge y los dos son del mismo país y los que migran para estar al lado de su pareja en el país de origen de esta. En todo caso, la atención sicológica aquí generalmente se centra en las relaciones familiares y la manera de acomodar culturas para establecer al país de acogida como el nuevo hogar.

Finalmente, están los estudiantes. Al igual que Ana, son personas jóvenes, su energía vital está en pleno vigor y el positivismo es una característica común. Los planes y los sueños se confunden y por eso el proceso sicológico es menos conflictivo. Una característica que los diferencia de los otros migrantes es que ellos cuentan con la plena seguridad de que su proceso migratorio es transitorio y en su interior saben que algún día regresaran a sus países de origen. Claro que muchos de ellos nunca regresan, pero por lo general esa decisión de quedarse es tomada cuando ya el proceso migratorio ha surtido su efecto.

No importa cuales sean las razones ni las motivaciones que lleven a una persona a vivir en un país distinto al suyo, lo importante es que asuma esa decisión con valentía, pues una vez que se pisa la tierra extranjera la vida nos pone en frente un montón de pruebas a superar hasta que, el día menos pensado, nos encontramos a nosotros mismos mirándonos al espejo como si fuéramos parte activa de ese mundo que antes nos parecía demasiado extraño.

Ya llevo quince años en el extranjero y con cada día que pasa me siento más y más apegada a estas tierras que en un comienzo se me hacían tan ajenas a mis gustos. Ahora ya no añoro con tanta frecuencia, como si lo hacía antes, los olores y los colores de mi tierra natal. Las personas que he conocido y con las que he entablado amistad se han convertido en mi refugio y en el remplazo, sin serlo en realidad, de mis seres queridos.

A mi querida Ana le queda un camino largo por recorrer, la ventaja es que ella empezó con el pie derecho y nos ubicó como su grupo de apoyo. Yo estaré aquí siempre atenta a ayudarla a ella y a cualquier otro latino que por la circunstancia que sea haya decidido migrar.

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