Madre primeriza en el extranjero  (parte II)

Pluma


Ahora comprendo que el estar lejos de mi familia, de mi país y de mi cultura, actuó en mi como un hipersensibilizador, yo veía y sentía de forma diferente a como lo hacían las madres de Francia que era donde vivía en ese momento.

Ser madre no es lo que yo me imaginaba, no se si le suele suceder a todas las madres, pero yo tenía unas expectativas muy elevadas. En mi país a una mujer que acaba de tener un bebé se le trata como a una reina o en su defecto como a una persona que está enferma y requiere los cuidados de toda su familia. También comprendo que es posible que en las grandes ciudades las cosas funcionen de forma diferente, pero en mi caso, vengo de un pueblo donde las cosas sucedían de esa manera y lo digo por experiencia propia, soy la hermana mayor de cinco hijos y con los últimos tres vi como en los días del postparto a mi madre y al recién nacido se les trataba con todos los cuidados posibles y eso incluía la preparación de unas sopas espectaculares, que se supone tiene todos los nutrientes que una mujer necesita para recuperarse del parto.

Mi esposo es alemán y vivíamos en Francia, durante el embarazo hablamos abiertamente de nuestro futuro hijo y de la forma en que lo íbamos a educar, como psicóloga me preocupaba que entráramos en conflicto por ese tema, era lógico pensar que sus pautas de crianza eran completamente distintas a las mías, por eso mi necesidad de dialogar contantemente del tema, pero entre todo lo que hablamos y acordamos jamás tocamos el tema del postparto, para mí era algo completamente lógico y lo fue aún más cuando mi suegra se ofreció a venir a visitarnos para los días del posible nacimiento.

Empecé a darme cuenta de que las cosas en Europa no funcionaban como en Latinoamérica cuando al otro día del parto, absolutamente nadie se apareció por la clínica para visitarme. La habitación se fue llenando de flores, dulces, chocolates y frutas, pero cada una de esas cosas llegó con una hermosa carta traída por un mensajero. En la tarde cuando mi esposo llegó, me encontró baja de ánimo y me preguntó extrañado:

-¿Por qué estas triste?

-Porque nadie ha venido a visitarme -respondí un poco cabizbaja.

-Yo estoy contigo.

-Si, pero nadie más.

-¿Y quién querías que viniera?

-No lo sé. Quizás mis amigas alemanas, las vecinas que son francesas, mis compañeras de la escuela de idiomas, tus compañeras de trabajo. ¡Alguien!

Entonces él sonriendo me respondió.

-Ninguna de esas personas van a venir. Yo no sé aquí en Francia, pero en Alemania se dice que cuando una mamá acaba de dar a luz necesita estar sola con su bebé para poder descansar.

-Eso es injusto -dije yo un poco alterada-. ¡Acabo de ser madre! y ese es un gran orgullo, si estuviéramos en Colombia, la habitación no hubiera dado a basto para recibir las visitas de mis familiares y amigos.

-Pero no estamos allí -me dijo él en tono conciliador. ¡Aquí las cosas funcionan de forma diferente!

Esas palabras se clavaron en mi corazón desgarrándolo de arriba abajo, fue un momento que me ofreció una claridad nunca vista. Yo soy una migrante y creo que solo hasta ese momento fui completamente consciente de todo lo que ello implicaba: ¡las cosas no eran, ni iban a ser nunca como en mi país!

En ese instante me sentí triste, sola y abandonada, fue una mezcla entre dulce y amargo, la alegría de tener a mi hijo en mis brazos se ensombreció por la sensación de nostalgia que me invadió. Extrañaba mi familia, me hubiera encantado que mis padres y hermanos vieran a nuestro hijo y le brindaran cuidados, me hubiera encantado sentir el abrazo de cada uno de ellos y charlar largamente sobe cualquier tema que me hiciera sentir acompañada, pero eso no era posible. Hace diez años, que es cuando nació mi primer hijo, lo máximo que pude hacer para mitigar mi dolor fue llamar por skype a mi madre y telefonear con alguna que otra tía. Y aunque en estos momentos eso pueda parecer muy poco, fue más que suficiente para sentir que no me encontraba tan lejos de todo el mundo.

Y Al día siguiente en horas de la tarde, para mi mayor satisfacción, mi habitación no dio abasto para recibir las visitas de todos los que me conocía y me guardaban algún cariño. Mi esposo los había llamado para decirles que yo necesitaba compañía, fue un acto de generosidad y amor que le reconoceré toda la vida, de no ser por esa iniciativa es muy posible que la nostalgia hubiera invadido mi corazón y habría arruinado mi disfrute de los primeros días de vida de mi hijo.

La compañía de mi suegra durante los primeros días después de mi regreso del hospital tampoco fue lo que esperaba, en lugar de recibir los cuidados especiales de los que me creía merecedora, ella se dedicó de tiempo completo al bebé, olvidándose en cierta medida de mis necesidades. Ahora sé que no era su culpa, ella solo hacía lo que en su manera de ver el mundo era lo normal, para la cultura alemana una mujer luego de dar a Luz y salir del hospital está en plenas facultades físicas para seguir su vida y hacerse cargo de las labores del hogar como si nada hubiera pasado.

Bueno pues aunque esta situación causó mucha frustración en un comienzo, también me llenó de fortaleza, no se cumplieron mis expectativas de recibir un cuidado especial, pero aprendí que es mejor hablar y preguntar antes de crear imaginarios que luego no se cumplen. Sobra decir que para el nacimiento de mi segundo hijo, tomé las medidas preventivas necesarias y mi madre viajó exclusivamente para estar conmigo en esos primeros momentos tan importantes.

Para las madres migrantes y primerizas esa es mi mejor recomendación, hablen con sus parejas sobre sus expectativas una vez nazcan sus hijos y si requieren apoyo extra, busquen a una persona que les pueda colaborar adecuadamente.

Gracias,

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