Los sueños vienen por etapas

Pluma


Los primeros años de estadía en el extranjero son los más duros, es como vivir una relación tormentosa. Todo empieza genial, como la canción: “erase una vez una historia feliz…”. La vida es hermosa y todo es perfecto, pero luego el panorama cambia, primero se torna gris y poco a poco se oscurece más y más: “… y ahora es solo un cuento de horror, nada que decir eclipse total del amor…”. Pero cuando hay esperanza casi siempre llega un final feliz.

Debo admitir que he leído bastante sobre el proceso de duelo, en especial el que se vive al momento de cambiar de vida por causa de una mudanza a un país lejano, y con el tiempo he podido comprobar muchos de esos procesos en carne propia. Pero cada persona es distinta y poco a poco he ido construyendo mi propia teoría.

Les voy a contar una historia, cuyo caso recrea muy bien mi teoría al respecto:

Cuando llevaba casi cuatro años viviendo en Europa, tuve la oportunidad de conocer a una chica muy joven, su nombre es Milena. Un tío de ella, que había sido uno de mis jefes en Colombia, nos presentó cuando ella apenas llevaba una semana en España.

Ella había estudiado diseño gráfico, y hasta una semana antes de su viaje había trabajado en una pequeña empresa que estaba en proceso de expansión, pero sus objetivos eran mucho más grandes y sentía que no tenía tiempo de esperar a que la empresa progresara, quería subir al mundo del éxito lo más rápido posible. Así que, llena de ilusiones, ahorró lo más que pudo durante todo un año y convenció a sus padres para que realizaran un préstamo y de esa manera pagarse un curso de especialización en Diseño Gráfico para Publicidad en España. Ella prometió que tan pronto llegara a la madre patria buscaría un trabajo y empezaría a enviarles el dinero para pagar el préstamo.

En su cabeza todo estaba perfectamente planeado. La etapa del ingenuo se presentó en este caso en toda su plenitud. Ella veía la vida muy fácil y creía que, en menos de un año, cuando su visa de residencia por estudio estuviera a punto de vencer, podría obtener otra aún más larga de trabajo, pues según suponía, a esas alturas ya estaría colocada en una gran empresa de publicidad y su carrera estaría subiendo como un cohete al estrellato.

Llegó a España a vivir en una residencia estudiantil. Era verano y el calor lo inundaba todo. Una semana después su tío visitó Madrid y como yo vivía allí decidió ir a visitarme y de paso presentarme a su sobrina para que yo le diera “una manito”. Yo no sabía cómo podría hacerlo, pues llevaba casi cuatro años en Europa, de los cuales solo uno en España. Pero no trabajaba, ya que mi hijo mayor tenía un año y medio de edad y me encontraba de nuevo en embarazo, así que me sentía más a gusto en mi hogar.

Con una sonrisa le dije a mi exjefe que con mucho gusto haría todo lo que estuviera en mis manos para ayudarla. Intercambiamos teléfonos y no volví a saber de ella hasta el otoño.

Una tarde tuve que ir al médico para el control de los seis meses. En pocos meses nacería mi bebé y como había tenido tantos problemas con la diabetes gestacional tenía que mantenerme en constantes chequeos. Luego de la consulta, viendo que estaba haciendo un día soleado, decidí dar un paseo por el parque del Retiro. Coloqué a mi hijo en su cochecito de bebé, nuestro compañero inseparable desde su nacimiento, y emprendí el camino.

En esa época había un café de Juan Valdez ubicado en una esquina antes de llegar al parque. No pude evitar los antojos y entré a comprar una almojábana y recordar así los sabores de mi patria. Tan pronto abrí la puerta, fue Milena a quien vi frente al mostrador. Al comienzo noté que estaba sonrojada, era obvio que no esperaba encontrarse a nadie conocido y yo era más que una conocida, era la persona a quien su tío la había recomendado, y pensaba que yo mantenía contacto directo con él. Pero la verdad era completamente distinta. En los años que llevaba en Europa escasamente había hablado unas seis veces con él y aparte de unas pequeñas conexiones que le había ayudado a conseguir en París, no teníamos ninguna relación que nos vinculara. Es más, desde su visita en el verano no habíamos vuelto a hablar.

Luego de hacer mi pedido le pregunté cómo estaba, a lo que ella contestó que estupendamente. Estaba estudiando y había conseguido ese trabajo de medio tiempo en el café para sacar algo de dinero para los libros. Madrid era una ciudad estupenda, la gente era muy amable y Milena ya contaba con algunos buenos conocidos en la residencia donde vivía. En pocas palabras me pintó un panorama color de rosa. Pero mi intuición de madre, que para esa época estaba en todo su esplendor, me indicaba que lo que decía no era del todo cierto. De inmediato verifiqué si el número de teléfono que tenía de ella era el auténtico y quedamos en que yo la llamaría para tomar un café un día cualquiera. Ahora pienso que es posible que para ese momento estuviera terminando la etapa de Todo lo nuevo enamora, en la que el migrante por lo general ve el mundo con los ojos de lo novedoso y eso produce un amor a primera vista.

Pasaron los días y la nieve lo invadió todo. Es raro que nieve en Madrid en el mes de diciembre, pero ese invierno nevó y muy fuerte. El frío era bastante intenso y la nostalgia se presentó ante mí en toda su magnitud. Pero luché contra ella con las técnicas que yo misma había inventado. Me escondí en mi Rincón Colombiano: así llamaba, y aún lo hago, a una esquina de la sala de mi casa, donde tenía una mesita pequeña con una chiva como decoración, un sillón cubierto por una ruana, una foto de la iglesia de mi pueblo en un marco de madera con dos campesinos al lado y la foto de mi familia en otro con los símbolos del museo del oro. Allí me gustaba sentarme a leer y a escuchar música muy alegre. Este rincón todavía lo tengo, solo que le he hecho muchas modificaciones a su decoración y ahora tengo un espejo muy grande que uso para entablar conversaciones conmigo misma, diciéndome cosas positivas que me alegran el alma.

Ese día me sentí nostálgica. Me senté en mi Rincón Colombiano y puse música alegre como siempre. Entonces me llegó el recuerdo de Milena, aquella chica muy alegre que había conocido en el verano anterior y que hacía casi dos meses me había encontrado. No podía dejar de pensar en su mirada y pensé que podría estar pasando por una etapa de nostalgia como la mía, así que la llamé y la invité a almorzar al día siguiente.

Como planto principal preparé arroz con pollo, una de mis comidas favoritas a la hora de superar la pena del extranjero, ya que es muy fácil de preparar y sus ingredientes se encuentran en todos lados. Cuando llegó Milena, traía en sus manos una caja de chocolates. Le agradecí el detalle, pero cometí la imprudencia de decirle que no podría probarlos por el problema de la diabetes, aunque seguro mi marido estaría encantado, pues desde que yo no comía ni un dulce él se los probaba todos.

Ella se mostró un poco incómoda con mi comentario y desde ese momento traté por todos los medios hacerla sentir cómoda. La conversación empezó muy serena, pero poco a poco entramos de lleno en el tema. Su etapa de enamoramiento estaba superada y ahora estaba en el abismo de la desesperación que se da durante la etapa de la primera decepción. Llevaba casi seis meses en España y aunque ya había recorrido todas las agencias de publicidad conocidas, las más grandes y las más pequeñas, no había podido conseguir empleo en su medio. El pago del alquiler era alto y aunque sus padres le ayudaban y ella se había traído todos sus ahorros, el dinero era cada día más poco. Trabajaba en el café Juan Valdez, pero no era ni parecido a lo que había imaginado y sabía que cuando terminara sus estudios su contrato también lo haría, por lo que ese trabajo no le serviría para quedarse en el país.

Sus estudios iban bien, avanzaban como esperaba, pero solo eran una excusa. La verdad era que no quería regresar a Colombia. Desde un comienzo su idea era quedarse para siempre. No puedo revelarles los verdaderos motivos que la llevaron a tomar esa decisión tan radical a tan temprana edad, pero estaba completamente decidida. Era evidente que su situación no era la mejor, si no conseguía pronto un trabajo fijo le sería muy difícil cambiar su visa de estudiante a la de trabajadora, por lo que tendría que regresarse. Cuando le dije esto, ella me miró a los ojos y casi echando fuego por ellos me dijo con contundencia:

-¡Yo me quedo! ¡así sea de ilegal!

Un frío intenso me recorrió el cuerpo, pero la verdad es que la entendía perfectamente. Sus razones eran muy válidas. Además, no quería defraudar a su familia, ellos estaban endeudados por su culpa y el orgullo -ese otro monstruo, primo de la nostalgia, que se caracteriza por tener dos caras- la estaba aconsejando.

Yo me sentía maniatada. Hubiera querido decirle que se mudara a vivir con nosotros, pero eso habría sido firmar la separación con mi marido, pues como buen alemán, en esos días escasamente aceptaba la visita de la familia, situación que ya ha cambiado por completo, pero eso es hilo de otra historia. También hubiera querido presentarle a alguien que la contratara, pero la verdad es que me la pasaba encerrada en mi casa, y la única gente que trataba eran las otras mamás del grupo de estimulación infantil, el médico que me llevaba el embarazo y los compañeros de trabajo de mi marido a los que ocasionalmente saludaba.

A partir de ese día nuestros encuentros se volvieron frecuentes. Creo que Milena necesitaba a alguien con quien hablar y yo era su paño de lágrimas. Las cosas empeoraban con el tiempo y yo pronto estaba demasiado ocupada con mi nuevo bebé como para poderle ayudar.

Sin darnos casi cuenta el tiempo pasó, y el día que le llegó la notificación de que debía presentar papeles para la ampliación de la visa o informar del regreso a casa, no paró de llorar en toda la tarde. Lo único que se me ocurrió decirle fue que debía conseguir un empleo fijo en lo que fuera. Y así lo hizo. Como no podía seguir trabajando en el Café Juan Valdez, un amigo de la Universidad le dijo que podría trabajar en un locutorio. A la semana siguiente me contó muy feliz que ya tenía trabajo fijo y que el jefe le ayudaría a pasar papeles para quedarse con permiso de trabajo.

Los papeles se los rechazaron y ella se quedó de ilegal en el país. En el locutorio la explotaban al máximo, trabajando en jornadas de hasta doce horas, sin prestaciones sociales ni seguro médico y había tenido que dejar su habitación de estudiante para mudarse a una más pequeña en un barrio de mala muerte. Su familia ignoraba esta situación y yo me sentía cada vez más impotente sin poderla ayudar. Lo único que pude hacer fue contratarla como niñera cuando yo tenía que salir a alguna reunión por las noches, pero el dinero que le daba era apenas una gota de agua en el desierto.

Así estuvo un año entero en las etapas de choque de culturas y lucha contra la nostalgia. Yo la acompañaba dándole ánimos como amiga. Pero como dice Mark Zuckerberg “la motivación es lo que nos hace realmente felices”. Más temprano que tarde empezó a salir el guerrero que ella llevaba por dentro y le dio el impulso para luchar contra el mundo. Tomó su computadora, esa que había traído de Colombia y en sus tiempos libres se empezó a dedicar a hacer diseños de publicidad para el locutorio donde trabajaba. La voz pronto se corrió entre los comerciantes del barrio, pues el locutorio aumentó en gran medida su clientela. Un restaurante cercano pronto le pidió que le diseñara un aviso para promocionar sus platos en la calle. Ella lo hizo y la campaña fue todo un éxito. Un café que quedaba en la esquina le pidió lo mismo y le solicitó que mejorara su diseño de menú, otro éxito que se apuntó. Y así, casi sin darse cuenta, empezó a atravesar la hermosa etapa del guerreo que llevamos por dentro: identificó sus cualidades y empezó a sacarles el mejor provecho.

Aparte del dinero que se ganaba por su trabajo en el locutorio, empezó a ganar dinero extra por sus diseños. Todo iba mucho mejor, sus entradas económicas mejoraban cada día y Milena empezó a recuperar su amor propio y sus sueños, lo que propició que la etapa de la magia del amor se presentara.

En el locutorio había entrado por casualidad el propietario de una prestigiosa empresa de publicidad, quien al observar todos los diseños que ella había realizado y que había pegado a manera de decoración en el destartalado lugar, le preguntó si sabía de dónde provenían esos avisos, a lo que ella le contestó con orgullo que ella los había elaborado. El señor, conocedor de los buenos talentos, le ofreció trabajo y le ayudó a conseguir su visa de residencia por motivo de trabajo, para lo que tuvo que regresar a Colombia por un tiempo, cosa que hizo encantada, pues su sueño por fin se estaba haciendo realidad. Su estadía en Colombia la hizo sentirse ajena, como una extraña en su propia tierra, y sobra decir que a los pocos días ya extrañaba a la madre patria, característica obvia de la etapa un extraño en su propia tierra. Pero la sensación la combatió con la felicidad que sentía por haber conseguido lo que tanto quería. Las cosas no se le habían dado de la forma en que había pensado, pero las experiencias vividas la habían madurado lo suficiente para ser feliz con lo que tenía.

Cuando yo estaba empacando mi mudanza para irme a vivir a Berlín, ella regresaba a Madrid para hacerse cargo de su nuevo empleo. Hoy día es una de las diseñadoras gráficas más reconocidas que ha dado mi hermoso país.

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