Decisiones (Segunda Parte)

Pluma


Cuando salí del departamento de Gloria el sol brillaba en un cielo completamente azul. La ciudad ya se había despertado y el ajetreo se sentía por todos lados. El parque estaba lleno de deportistas, hombres y mujeres practicando su rutina matutina. Era un día precioso, como para salir a pasear, pero el brillo de sol era tan intenso que los ojos me habían lloriqueado tan pronto había traspasado la penumbra de la puerta. Sentía la cabeza embotada producto de una noche en vela y del vino que había bebido. Pero a pesar de lo maravilloso del día, mi ánimo estaba por el suelo. Conocía a Gloria y sabía que su decisión estaba tomada y esa misma tarde sellaría su destino con una firma.

Caminé despacio, el aire frío del invierno penetraba mis pulmones con fuerza, no sabía qué hacer. Conocía muy bien las razones de su decisión, pero también conocía las de Robert. Él me había confesado sus verdades la misma noche que habían regresado de ese viaje de negocios que había emprendido el día que le había confesado a Gloria su engaño. Aún recuerdo como si fuera ayer lo que pasó esa noche.

Mi prometido había ido a recogerlo al aeropuerto y lo había invitado a permanecer en nuestro apartamento hasta que consiguiera un mejor lugar en donde vivir o hasta que arreglara su problema con Gloria y pudiera regresar a su casa.

Habíamos discutido por eso, pero él, prudente como siempre, me había respondido que era mejor no juzgar a las personas a la ligera y no había querido hablar más del tema, sentía que si seguíamos haciéndolo nuestra relación también entraría en crisis.

Era viernes y yo estaba muy disgustada con Robert, así que luego de una cena incómoda me despedí diciendo que me dolía la cabeza y me refugié en mi habitación con la intención de no verle la cara a ese hombre tan descarado que le había roto el corazón a mi amiga. Me recosté en la cama y me quedé dormida sin darme cuenta.

Muy tarde en la noche me despertaron unos ruidos extraños. Cuando me asomé a la sala, Robert lloraba amargamente sentado en el sofá, en el mismo lugar donde diez días atrás mi amiga Gloria también había llorado. El olor a alcohol que penetraba la estancia me hizo pensar que estaba borracho. Mi prometido dormía profundamente en el sillón junto al sofá. Una botella vacía de escocés estaba tirada en el piso y la segunda casi llena descansaba sobre la mesa de la sala.

– Andrea -me dijo Robert tan pronto me vio-, tienes que hablar con Gloria, ella no me quiere escuchar.

Su voz sonaba un poco extraña, tal vez fuera porque pronunciaba las palabras con cierta dificultad. El alcohol había surtido su efecto.

– Yo tampoco te quiero escuchar -le dije lanzándole una mirada despectiva.

– Tienes que escucharme -dijo él con una voz fuerte y sonora.

– Es hora de que te vayas a tu cama -le contesté mientras tomaba un de las cobijas guardadas en un cajón de la sala y que por lo general la uso para cubrirme las piernas en las noches frías cuando veo televisión.

– Nunca quise hacerle daño, ella es mi esposa y la mujer que amo. Comprendo que esté disgustada, pero debería darme la oportunidad de escucharme -me dijo mientras yo cubría a mi prometido con la cobija.

– Eso debiste haberlo pensado mejor antes de meterte en la cama de otra.

– Pero es que yo no me he metido en la cama de nadie -contestó él de inmediato.

Me parecía increíble la claridad con la que me habló, con un tono más claro que con elque me había saludado.

– Brigitte está embarazada. ¿Ahora vas a negar que eres el padre?

– No -dijo moviendo enérgicamente la cabeza para reforzar su negación-. Yo nunca quise tener hijos, siempre me dije que no había nacido para ser padre, así como mis padres no habían nacido para serlo.

– Estás borracho -le dije mientras ubicaba una almohada debajo de la cabeza de mi prometido-. ¿Te vas a quedar a dormir en el sofá o vas a ir a tu habitación? Si te quedas, te puedo dar una cobija.

– Solo quiero que me escuches -me dijo tomándome del brazo. Yo lo miré con desconfianza. Él me soltó de inmediato levantando las manos en señal de disculpa.

– Perdón -dijo- . Sin Gloria, me siento perdido. Ella es… -se llevó las manos a la cabeza- ¿cómo explicártelo? -soltó un suspiro largo-. Ella es la única persona que me ha amado en el mundo y a la que yo me he permitido amar -me dijo mirándome a los ojos.

– Yo solté una risa burlona.

– No seas ridículo.

– Es verdad. No tengo a nadie, nunca había tenido a nadie hasta que llegó ella. No tengo padres, ni hermanos, ni familia -su voz sonaba quebradiza.

Lo miré un momento y su estado de tristeza alcanzó a tocarme el corazón. Ya sabía que era huérfano, Gloria me lo había contado. Su madre había muerto, al parecer de una sobre dosis cuando apenas tenía tres años, el nombre de su padre había muerto con su madre y sus abuelos maternos habían también muerto en un accidente de tránsito cuando su madre tenía doce años. Se había criado en hogares sustitutos y siempre había destacado por ser un niño dedicado al estudio. Gracias a eso había conseguido una beca para estudiar administración y relaciones internacionales.

– Eso ya lo sé -le dije mientras sacaba una segunda cobija del mismo cajón donde había sacado la primera, con el fin de entregársela a Robert.

– Sí, pero no sabes qué se siente, no sabes que es crecer solo, sin el apoyo de una madre, crecer en compañía de personas que cuidan de ti por obligación no por amor.

Me senté a su lado y le entregué la cobija.

– No sabes lo que es pasar las navidades solo en un orfanato o en casa de una familia distinta cada año. No sabes lo que es no tener amigos en la escuela, porque los otros chicos se burlan y te llaman el niño sin padres, no sabes el vacío que se siente, el dolor con el que cargo desde el mismo día en que fui consciente de que era diferente a los demás. Yo era un niño huérfano y por eso no quería tener hijos. Siempre tuve miedo de enamorarme, tenía miedo de fallarle a la mujer que se enamorara de mí. Pasé mi adolescencia y mi juventud pegado a los libros, encasillado en mis temores, buscando la manera de destacar en este mundo y de forjarme una vida de comodidades, pero siempre solo, porque solo me sentía seguro.

Yo lo miré con desconfianza. Su sola presencia hacía que me hirviera la sangre, pero lo que me estaba diciendo me estaba tocando el alma.

– Durante toda mi vida me dediqué a estudiar y luego a trabajar. Estaba decidió a llegar muy lejos a progresar, a viajar y a disfrutar la vida, pero nunca desee formar una familia, siempre pensé que no sabría cómo hacerme cargo de nadie, escasamente podía hacerme cargo de mí mismo. Esa era mi decisión y la mantuve por muchos años.

– ¿Vas a decirme que nunca tuviste una novia? -me sorprendí de que me hubiera quedado allí escuchándolo, pero lo había hecho, estaba intrigada, quería conocer su historia y aprovechando que él estaba tan comunicativo me lancé a la aventura de conocerlo.

Robert soltó una risa desganada.

– Claro que tuve novias, incontables. Unas bonitas otras no tanto, todas buenas mujeres que me querían, pero cuando sentía que querían formar algo más serio conmigo, las dejaba, no estaba dispuesto a dejar mi soltería.

– Entonces, ¿por qué te casaste con Gloria? -lancé la pregunta al momento en que me levantaba a buscar una cobija para mí.

– Porqué ella era diferente, porque al comienzo me ignoró, porque había cumplido cuarenta y sentía que los años me estaban llegado, porque con su sonrisa me robó el corazón, porque tenía miedo a una vejez solo y porque cuando ya éramos novios tuvo la valentía de decirme que era estéril.

– Eres un idiota -le dije sin poderme contener, al momento en que tomaba la cobija en mis manos.

– Si, eso es lo que soy, un idiota, un idiota por haberme enamorado, un idiota por haber cambiado mi decisión de vida y haberme casado, un idiota por haberle contado la verdad a Gloria. Debí haberme quedado callado, ella nunca se hubiera enterado.

– No estés tan seguro -le dije lanzando un bufido-. Tarde o temprano Brigitte se lo hubiera contado.

Yo, al igual que Gloria, estaba segura de que Brigitte lo había chantajeado para que le confesara la verdad. Habíamos pasado horas enteras imaginándonos la escena: “o se lo dices tú, o se lo digo yo”, habíamos pensado que ella le había dicho a él retándolo.

– No, Brigitte nunca se lo hubiera dicho, ni a ella ni a mí.

Clavó sus ojos en los míos cuando me lo dijo.

– ¿Te estás burlando de mí? -le dije moviendo enérgicamente la cabeza en señal de negación.

– No lo sabía, por favor díselo a Gloria, yo no sabía que era el padre de ese niño – pronunció las palabras lenta y enérgicamente- me enteré en la fiesta del baby shower.

– ¡Ay por favor! -le dije en tono despectivo-. ¿Quieres que te crea esa mentira?

– Es la verdad, no te miento. Me di cuenta de que era el padre del niño cuando le preguntaron la fecha del posible nacimiento y ella contestó veintidós de septiembre.

– ¿Por qué?

– Porque el veintidós de diciembre fue la fiesta de navidad de la empresa el año pasado, y al terminar esa fiesta ella me había llevado a su departamento y habíamos terminado en la cama.

– Si claro, por eso le dijiste a Gloria que había sido un accidente, como si acostarse con alguien fuera algo que sucediera por casualidad.

– ¡Pero es la verdad! Gloria se había ido a Guatemala tres semanas atrás, nos habíamos peleado antes de su viaje, por su insistencia en que deberíamos adoptar un hijo y yo me estaba preguntado si había tomado la decisión correcta al haberme casado con ella. Cada vez que hablábamos por teléfono discutíamos de nuevo. Ella quería que cuando llegara a Guatemala, la acompañara a un hogar de huérfanos a mirar un bebé. No comprendía porqué ella no podía comprender mi negativa. Yo soy un huérfano y no quería un niño que pasara por lo mismo que yo, y ella no paraba de repetirme que, precisamente por eso, por mi condición de huérfano debería comprender mejor lo de adoptar un niño…

– ¿Y qué tiene que ver eso con que hayas terminado en la cama de Brigitte? -le dije interrumpiéndolo.

– Al otro día de la fiesta, volaría a Guatemala y no tenía muchas ganas de hacerlo. Me sentía solo, triste, sabía que allí íbamos a discutir de nuevo, así que decidí relajarme un poco con mis compañeros de trabajo, lo que había propiciado que me excediera un poco con la bebida. Cuando salí de la fiesta Brigitte estaba en la puerta fumándose un cigarrillo mientras esperaba un taxi, cuando vio mi estado, me dijo que no podía permitir que manejara así, entonces le dije que tomáramos el mismo taxi. Lo último que recuerdo es haber subido a ese taxi el siguiente recuerdo es de la mañana siguiente en su cama desnudo.

– ¿Quieres que Gloria te crea ese cuento estúpido?

– Es la verdad, puedes preguntárselo a Brigitte, cuando regresé de mis vacaciones en Guatemala, Brigitte se comportó normal, como si no hubiera pasado nada y la vida siguió su ritmo. Yo creí que había sido un desliz de una noche y que no me afectaría en lo más absoluto. Hasta… -se quedó callado y volvió a cogerse la cabeza con las dos manos tirándose el cabello con fuerza- hasta la fiesta esa. Llámalo como tú quieras, pero tan pronto Brigitte dijo la fecha de nacimiento supe que yo era el padre. Tan pronto terminó eso de repartir los regalos y todos empezaron a hablar, se lo pregunté. Al comienzo me dijo que no, pero yo le seguí insistiendo. Ella me dijo que era su bebé, que tenía cuarenta y ocho años, que era una mujer sola y que ese bebe era suyo, única y exclusivamente suyo. Al otro día en la oficina se lo volví a preguntar y al otro día y al otro día, hasta que por fin cuando le dije que cuando el bebé naciera yo solicitaría una prueba de ADN, Brigitte me dijo que si, que yo era el padre del niño, pero eso no me daba ningún derecho sobre él.

– Y a ti no se te ocurrió otra cosa que salir corriendo a decírselo a Gloria en el aeropuerto.

Sentía que la ira me hervía por todo el cuerpo.

– Eso fue una completa tontería. Pero la culpa me estaba matando y ella siempre estaba hablando de adoptar y yo no pude guardarme la verdad.

– Fue tu decisión, ahora hay que asumir las consecuencias. Gloria no te va a perdonar, de eso estoy segura.

– Podrías decirle que hable conmigo.

– No lo sé.

Estaba tan ensimismada en mis recuerdos de aquella noche cuando Robert me contó su verdad, que un joven en su bicicleta casi me atropella por ir caminando por la acera exclusiva para vehículos de dos ruedas. Luego del susto, me paré a contemplar la Torre Eiffel que se erguía frente a mí.

Yo le había contado a Gloria todo lo que Robert me había contado, ella me había escuchado a regañadientes, pero al final había accedido a escucharlo todo. Luego ella misma había hablado con él y luego había hablado con Brigitte en un restaurante. No fue una decisión fácil para ella, pero saber esa versión de la verdad se le había convertido en una obsesión.

Allí Brigitte le corroboró toda la historia contada por Robert y le agregó el hecho de que ella nunca había deseado ser madre. Pero como no tenía pareja estable y ya sentía que su reloj biológico pronto se detendría había decidido dejar de cuidarse, así que cuando la regla no llegó en enero pensó firmemente que le había llegado el momento de despedirse de ella, sin embargo, una visita al ginecólogo la había sacado de su error. Le tomó todo un mes el tomar la decisión de asumir su maternidad, deseaba hacerlo sola sin contárselo al padre. Lo menos que quería era llevar la responsabilidad del rompimiento de un matrimonio a sus espaldas, pero entonces en la fiesta del Baby Shower Robert se había dado cuenta y no le quedó de otra que reconocer que él era el padre del niño.

Luego de contemplar la Torre Eiffel, símbolo del amor, me dirigí a mi casa. Tenía que descansar, en las horas de la tarde debía recoger a mi prometido y a Robert en el Aeropuerto. No pude evitar pensar en que a esa misma hora Gloria estaría firmando un contrato de trabajo con el parque natural de Samburo en África, un contrato que la llevaría a vivir al otro lado del mundo y la alejaría de París, de Robert, de Brigitte, de su bebé y también de mí. Ella me había prometido escribirme cada vez que pudiera, pero nunca lo hizo, y tampoco contestó ninguno de los e-mails que le escribí. Me imagino que estará muy feliz en medio de jirafas, cebras, leones y demás animales en ese parque natural.

Robert se radicó en París para estar cerca de su hijo. Él tampoco ha vuelto a saber nada de Gloria desde el día en que ella le hizo llegar los papeles de la separación firmados. Él y Brigitte comparten la responsabilidad como un buen par de buenos amigos, el niño cumplirá trece años este mismo mes. Yo me casé dos meses después de que Gloria se fue a vivir a África y gracias a ella siempre cuido de que las decisiones que tomo no se encuentren muy lejos de las decisiones que toma mi marido.

La vida está llena de decisiones, y cada una de ellas no solo nos puede afectar a nosotros mismos, sino que en la mayoría de los casos también tienen consecuencias sobre los demás.

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