Una vida extraordinaria contra todo pronóstico

Pluma


¿Cómo puede una persona ordinaria tener una vida extraordinaria? Desde el punto de vista de la psicología positiva, que es la que yo practico, no existe este tipo de caracterización entre las personas, pues cada ser es extraordinario en su propia esencia, el problema está en que el noventa y ocho por ciento de las personas en el mundo se considera a sí mismas como seres ordinarios y de allí los índices de infelicidad que recorren el mundo entero. Idea que han construido a partir de valoraciones que otras personas les han dado, en especial cuando estaban en una edad temprana, ya sea por parte de familiares, maestros o amigos de escuela.

La vida está llena de ciclos y los hijos por lo general tienen a repetir los ciclos de los padres, a menos que se presente una ruptura en la secuencia. Pero ¿cómo lograr que esa transformación se dé? La respuesta es muy sencilla: a través de una toma de conciencia. Si logramos superar la infelicidad que hemos aprendido de nuestros padres y superar sus rituales para sentirse felices, podremos vislumbrar un futuro diferente.

La felicidad no está por fuera, no está en las cosas materiales, ni en la ropa, ni en las casas, ni en los autos y mucho menos en los celulares o elementos tecnológicos, o en las profesiones que ejercen las personas. La felicidad está en la capacidad individual de amarse y aceptarse a si mismo tal cual como se es, y si conseguimos esto, las demás cosas llegan por añadidura y sin mayores esfuerzos. Si logramos que nuestros hijos comprendan este sencillo mensaje lograremos
trasformar positivamente el mundo.

Yo, al igual que el noventa y ocho por ciento de la población, pensé por mucho tiempo que era una persona ordinaria y que mi vida y lo que hacía con ella no tenían nada de especial. Durante ese tiempo también pensaba que las estrellas de la televisión, los artistas famosos, los cantantes y los políticos tenían vidas extraordinarias y por lo tanto eran mucho más felices que yo. Arrastrada por las fantasías de este mundo empecé a desear tener una vida extraordinaria, quería tener el cuerpo perfecto, el trabajo perfecto y la familia perfecta.

Pero la perfección no existe en la vida real, y mi rechazo a mi misma me hizo olvidar de la esencia de la vida, de disfrutar del día a día, de valorar a mis seres queridos y de valorarme a mí misma. Luego, cuando me convertí en madre pensé que lo mejor sería que mis hijos se convirtieran en todo aquello que yo sentía que no podría conseguir por mi misma y me dediqué a tratar de que ellos fueran perfectos, pero estaba equivocada.

Hace tres años pasé por un momento muy doloroso que me llevó a reflexionar muy seriamente sobre mi existencia y mi labor como madre. Estuve al borde de la muerte a causa de una enfermedad y ese hecho me hizo dar cuenta de que las personas a las que yo consideraba extraordinarias no son más que personas ordinarias que resaltan en los medios de comunicación, y que, contrario a lo que pensaba, eran, en muchos casos, mucho más infelices que yo. Me di cuenta
de que la felicidad no está en lo que aparentamos ante los demás, sino lo que llevamos por dentro, nuestra esencia y nuestra manera de ver la vida. Me di cuenta de que a pesar de ser una persona ordinaria había logrado construir una vida extraordinaria al lado de mi familia y ejerciendo mi profesión con amor y entrega.

Yo, que antes era una madre exigente, que buscaba la perfección en todo, empecé a ver a mis hijos como seres completamente perfectos incluso con sus defectos, empecé a ver que, si quería lograr que ellos y yo misma fuéramos personas felices, debía empezar por cambiar mi visión del mundo y entregar a cada momento y en todo lo que hacía amor y respeto.

Ya sé que no es fácil, pues estamos en un mundo que nos moldea suavemente sin que nos demos cuenta y para eso hemos creado la educación, para que a través de ese medio se nos enseñe la manera de llegar a ser personas extraordinarias y por lo tanto felices. Pero ahora creo que esa felicidad que nos muestran y nos enseñan es una falacia, nos dicen que si triunfamos y ganamos dinero seremos felices, pero esa no es la esencia de la vida.

Antes de las vacaciones de diciembre tuve una crisis existencial. Mi hijo mayor, de nueve años, según su profesora no se amolda a los estándares que se le exigen para que pueda llegar a ser una persona exitosa. Su falta de concentración en las materias esenciales de la escuela puede originar que no sea aceptado en la escuela secundaria que nosotros deseábamos para él. La visión que he cultivado por tres años sobre el amor y su fuerza en nuestras vidas tambaleó en mi corazón. ¿Cómo era posible que en el colegio me dijeran que un niño de nueve años no va a logara tener una vida exitosa?

Mi hijo es un niño normal, como cualquier otro, y su capacidad intelectual es la misma que la de un niño de su edad, pero sus intereses son diferentes: él ama la naturaleza, disfruta del contacto con ella y le encanta experimentar, tiene un corazón bueno y siempre debate todo lo que se le enseña, para él más importante que aprender las tablas de multiplicar es entender porqué el aire es invisible o porqué el universo no es finito, analiza sobre temas que a otros niños de esa edad no les interesan, le encanta hablar con los adultos sobre hechos históricos y se sabe de memoria el nombre de muchas de las especies de dinosaurios que habitaron la tierra.

Por días enteros lloré preguntándome dónde había estado mi error de madre, me preocupaba la idea de que él no pudiera realizar su sueño de ser científico y que eso lo convirtiera en un ser infeliz. Pero entonces escuche en la radio un debate acerca de la educación actual y su manera de adoctrinarnos. ¿Y si el problema no está en mi hijo sino en el colegio donde está estudiando?

No lo sé, solo sé que como madre mi deber es apoyarlo en todos los aspectos y enseñarle que es un ser extraordinario y único, que sus sueños se harán realidad si de corazón los desea y que no importa lo que diga su profesora o el mundo entero porque todas las personas en el mundo somos seres extraordinarios con vidas extraordinarias.

No sé qué será del futuro de mi hijo, pero sí sé que ahora es un niño feliz, que solo tiene nueve años y que apenas está despertando a la vida. Yo sé que él, cuando le llegue el momento, madurará y en el transcurrir de la vida desarrollará su esencia. No voy a permitir que lo encasillen como hicieron conmigo y el noventa y ocho por ciento de la población, él encontrará su verdadero camino y tendrá una vida extraordinaria contra todo pronóstico porque será una persona feliz.

La Aprendiz de letras

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