Te regalo un arcoíris (tercera parte)
Desde donde Pedro se encontraba hasta el lago que observaba había una distancia que se podía recorrer en no menos de veinte minutos a paso lento, solo había que bajar la cuesta. Ese día él caminó de forma calmada midiendo cada uno de sus pasos. Diez años atrás hubiera bajado corriendo con los brazos extendidos, luchando en contra del viento que le abultaba la chaqueta y lo empujaba hacia atrás. Era una lucha de poderes, él un simple pastor de alpacas contra el hijo preferido del cielo, el viento, señor todo poderoso de los aventureros, quien a veces, viendo que el simple humano le ganaba la partida, le lanzaba latigazos de frío, pero Pedro luchaba contra esa fuerza sobre natural aguantando el dolor que el frío le producía en el rostro hasta que por fin lograba llegar a su destino y allí reclamaba con un grito su recompensa, el dulce y refrescante elixir de la montaña: ¡el agua!
Cuando había emprendido su viaje en busca de Karina había pensado que sería algo parecido. Sabía que no sería fácil, que se encontraría con obstáculos, pero él conocía su meta y si permanecía firme en su búsqueda al final la encontraría, y así había sido. Cuatro años había durado su búsqueda, tiempo en el cual no había regresado a su sierra, había trabajado como panadero, había aprendido inglés, había ganado un concurso para ser modelo y el día que volvió a ver a Karina, él era la cara visible de la moda del Perú, una profesión soñada por muchos pero que él nunca deseó. Lo único que él quería era encontrarla, estaba seguro de que al final, al igual que él siempre lograba tomar el agua depositada al pie de la montaña, lograría volver a disfrutar del amor de Karina.
Pero ese día en el departamento de Karina parado en la puerta y viendo como ella alzaba a un niño en sus brazos se había sentido incómodo, había dado por sentado que ella era soltera y el verla allí con ese niño le hizo comprender que no lo era. Una apreciación bastante lógica, -había pensado-, ella tenía más de treinta y cinco años mientras que él cumpliría veinticinco ese año.
Se dio media vuelta para irse, pero ella lo retuvo con una palabra:
– ¿Quieres tomar un café?
– No sé si sea correcto –contestó él con presura-. Estoy seguro de que a tu marido le molestará muchísimo saber que un hombre ha estado en su casa.
Ella soltó una tremenda carcajada que a él lo transportó a la sierra.
– No estoy casada -dijo ella acercándose con el niño en brazos.
– ¿Y el niño? -preguntó él señalándolo con la mirada. Era un niño pequeño de al menos dos o tresaños de cabello oscuro, ojos verdes y piel canela como el maíz recién tostado.
– Soy madre soltera -dijo ella sonriendo.
– Te he estado buscando.
– Lo sé, pero no me interesaba verte.
– ¿Por qué?
– Porque no tenemos nada en común, y no quise alimentar falsas esperanzas. Tu eres mucho menor que yo, eres un chico de la sierra y yo una aventurera.
– Pero ahora soy modelo.
– También me enteré de eso –dijo ella dejando al niño frente a un piano de juguete que hacía ruido de animales cada vez que el pequeño oprimía una tecla y alejándose en dirección a la cocina separada de la sala por una mesa alta de esas que se usan en los bares–. Los modelos son peores que los chicos de la sierra.
– Si te parezco tan detestable, ¿por qué te acostaste conmigo en la sierra? ¿Sólo fui una aventuramás en tu vida?
Pedro sentía un nudo en la garganta, se había imaginado que ella lo recibiría con los brazos abiertos, que le diría que no había podido olvidarlo y que él era el amor de su vida, pero contrario a ello, solo había recibido su rechazo.
– Tu no comprendes -dijo ella mientras encendía la máquina del café-. Lo que los dos vivimos en la
sierra fue una locura.
– Para mí no. Tu me mostraste la dulzura del amor, me enseñaste que la vida es más que contemplar la belleza desde la distancia, la vida es disfrutar cada momento como si fuera el último y para mí la vida sin ti no tiene ningún sentido.
Ella colocó el café en la mesa y lo miró a los ojos.
– No funcionará, tu y yo somos demasiado diferentes.
– Déjame intentarlo, estoy seguro de que aquí en Nueva York también sale de vez en cuando el arcoíris.
Ella lo miró a los ojos con una mirada penetrante, con una mirada que le despertó a él algo de esperanzas.
– Solo terminaríamos haciéndonos daño -dijo desviando la mirada hacia el niño que ahora jugaba con un auto junto al sofá-. Además, ahora ya no estoy sola.
– Solo pido una oportunidad, déjame demostrarte que soy un hombre y que lo que vivimos en la sierra fue algo más que una aventura.
Ella bordeó lentamente la barra que los separaba y por fin le dio el beso que Pedro había estado esperando por tanto tiempo.
Otro momento hermoso, pensó Pedro de nuevo mirando el azul de lago desde la base de la montaña mientras disfrutaba de un sorbo del agua pura y helada.
Ella era su vida, y le hubiera bajado todas las estrellas si se lo hubiera pedido. Un año duró reconquistándola, viajando constantemente desde Perú hasta Nueva York y luego a los países donde ella se encontraba trabajando. Hasta que por fin un día ella le pidió que se quedara para siempre a su lado y él, completamente enamorado, había abandonado su vida de nuevo para estar con ella. Se instaló a vivir en Nueva York, renunciando a su carrera de modelo y a cambio se dedicó a recorrer el mundo a su lado.
Fueron los dos años más fabulosos de su relación. Junto a ella conoció medio planeta, desde Australia hasta África pasando por Asia y Oriente Medio. No era una relación como las que él conocía en la sierra, allí los hombres trabajan afuera y las mujeres se encargan de la casa y de los hijos, mientras que en su relación con Karina ella era la que salía a trabajar todos los días y él, el que se quedaba con el niño en casa, al comienzo se sintió avergonzado de su situación, pero el amor que ella le mostraba y el trato del niño hacia él le habían cambiado su perspectiva de rol masculino y durante los viajes mientras ella tomaba fotos en los parajes más hermosos del planeta Pedro se encargaba de cuidar al pequeño Robinson y a disfrutar de la grandiosidad de esos lugares sin el estrés que encerraba el trabajo de ella.
Pedro llenó su cantimplora y una garrafa grande de agua, las guardó en su mochila y se dispuso a subir la cuesta. Pasaría la noche allí, como muchas veces lo había hecho en sus años de juventud, solo le faltaba montar la tienda y prender un fuego para calentarse. Conocía muy bien ese lugar y sabía que no había mayor peligro que un viento fuerte y un frío nocturno. Ya llevaba veinte días en Perú y cinco días en la sierra, le había costado bastante trabajo reanudar su trabajo como pastor de alpacas, al comienzo pasó unos días visitando a su tía Berta en Lima, quien había ampliado su
negocio y ahora tenía cinco empleados al servicio de ella y su esposo que ahora se mostraba mucho más amable con Pedro.
Luego llegó al pueblo y pasó más de una semana entera con sus padres, ellos lo recibieron con los brazos abiertos y su madre no dejaba de preguntarle los motivos que lo habían llevado a regresar de forma tan imprevista, pero él no quería hablar de ese tema, solo quería olvidar todo lo sucedido en los últimos tres años de su vida. Por eso decidió comprarse unas alpacas y refugiarse en la sierra para poder pensar con claridad sobre todo lo que le había sucedido y sobre qué camino debía tomar su vida.
La subida desde el lago donde había tomado el agua hasta la cima de la montaña donde pastaban sus alpacas se le hizo larga y difícil, muy parecida a la vida que empezó a llevar cuando Robinson ingresó a la escuela a la edad de siete años. En aquel entonces, él decidió quedarse en Nueva York supervisando la educación del hijo de Karina, mientras ella se dedicaba a seguir recorriendo el mundo.
En un comienzo pareció una muy buena idea, pero las cosas no funcionaron como él esperaba, mientras el niño estaba en la escuela, él empezó a sentirse un inútil, se sentía encerrado en el departamento y la nostalgia de su sierra lo atacó como nunca. En ese momento cayó en la cuenta y fue consciente de que dependía económicamente de ella y eso le deterioró aún más su autoestima. Trató de buscar empleo, pero su falta de estudio le impedía conseguir un trabajo en el que él pudiera ejercer su labor de padre sustituto con toda satisfacción. Karina por su parte siguió su vida como antes de conocerlo, siempre viajando, al comienzo lo hacía por una o dos semanas, luego se empezó a ausentar por uno o dos meses, pero luego llegó ese famoso proyecto del polo, por lo que ella se tuvo que ausentar por casi cinco meses seguidos, la ausencia de su madre también afectó a Robinson quien empezó a tener malas calificaciones en la escuela, Pedro hacía lo que podía, pero las calificaciones no subían y cuando ella regresó venía muy cambiada, al parecer había sucedido un accidente en el que un compañero de trabajo falleció y se perdió gran parte del trabajo con él y ella se sentía muy responsable. Allí empezaron los problemas, las peleas y el distanciamiento, ella empezó a acudir a terapia pasa superar su problema y a Robinson le contrató un profesor sustituto para por las tardes y él empezó a sentirse un cero a la izquierda.
Había días en que él era solo el cocinero y el limpiador de la casa, quería regresar a Perú, pero a la vez tenía miedo de no querer regresar al lado de ella si lo hacía. En muchas ocasiones trató de revivir la pasión y de acercar la relación, pero para ella su trabajo siempre estaba en primer lugar y luego de dos o tres días de amor revivido, no tardaba en decirle que debía salir nuevamente de viaje. Otra vez dos o tres semanas sin ella.
La relación no había sido perfecta. Pedro sentía que había perdido demasiado y que su inmenso amor no era retribuido por Karina, quien siempre estaba pensando en su trabajo y en su carrera. El añoraba su sierra, su familia, sus alpacas, su libertad y su tranquilidad. Su visita al Perú una vez al año por tres o cuatro semanas durante las vacaciones de verano en compañía de Robinson pero con total ausencia de ella, no le eran suficiente y ella parecía no comprender su dolor.
Luego de varios meses de pensarlo detenidamente había decidido que esa relación y esa vida ya no tenían sentido. Regresaría al Perú, se compraría de nuevo unas alpacas y regresaría a su vida en la sierra, recuperaría su esencia de pastor que tanto le hacía falta.
Primero se lo dijo a Robinson, bajo la promesa de que podría ir a visitarlo cuantas veces quisiera. Eso le rompió el corazón, sabía de sobra que su estatus de pastor de alpacas le impediría viajar a los Estados Unidos por motivos económicos y que ella, muy seguramente, no llevaría al niño con facilidad a visitar a un hombre que solo había sido su niñero todos esos años. Pero no estaba dispuesto a permitir que el niño lo olvidara por lo que también le prometió enviarle cartas todas las semanas, para Pedro, Robinson era lo más parecido a un hijo y el amor que sentía hacia él era
completamente paternal.
Luego se lo comentó a ella, quien contrario a lo que él pensaba se mostró verdaderamente abatida, pero al final lo dejó ir, sin mayores problemas, él la conocía y sabía que ella lo amaba, a su manera, pero que su orgullo era más fuerte que ese amor.
Cuando llegó al pueblo, se sintió de nuevo con vida, el amor de sus padres y hermanos le devolvieron las fuerzas perdidas, pero al ver a sus sobrinos y sobrinas no podía dejar de pensar en Robinson. Incluso la idea de volver a dedicarse al modelaje se le empezó a volver una opción de vida para ganar suficiente dinero y poder visitar al niño de forma seguida, pero necesitaba pensar, por eso decidió comprarse un rebaño de alpacas y refugiarse en la sierra. En la soledad de la montaña se podía pensar mucho mejor.
Fue así como compró un rebaño pequeño de Alpacas y se dirigió a su antigua cabaña donde había pasado los mejores momentos con ella. Allí permaneció dos días, pues el clima no era el mejor para subir a la cumbre alta, su lugar favorito, pero al amanecer del tercer día emprendió la subida
con su rebaño.
Aquella tarde, en su lugar favorito, luego de traer el agua, armar la tienda y recoger la leña para el fuego, se recostó sobre la hierba y cerró los ojos. No había estado en ese lugar desde el día en que había llevado a Karina y ella se había tronchado un pie por estar tomando fotos al arcoíris. Los recuerdos de ese día se le agolpaban en el alma, en ese sitio había empezado su aventura y ahora él regresaba para darla por terminada. Aspiró profundo el aire y sin poder evitarlo pronunció el nombre de ella en voz alta.
– ¡Karina!
En ese momento como en un sueño escuchó a lo lejos la voz de ella que le decía:
– Te regalo un arcoíris.
Pedro abrió los ojos se sentó rápidamente, estaba sobresaltado y lo primero que vio fue el juego de colores en forma de arco sobre el lago del que había sacado el agua. Allí estaba el arcoíris, en el mismo lugar donde él se lo había regalado a ella hacía ya tantos años.
Entonces Karina le dijo a su espalda:
– El arcoíris que me regalaste sigue allí en el mismo lugar donde lo dejamos.
Pedro se volvió completamente sobresaltado, no sabía si se había quedado dormido, pero ella ¡se
veía tan real!
– No Karina -dijo levantándose y acercándose a ella-. Ahí radica tu problema y lo que no has podido comprender durante todo este tiempo. El arcoíris que te regalé nos acompaña a todos lados a donde vayamos, solo tenemos que alimentarlo con nuestro amor para poderlo ver, pero yo no puedo hacerlo solo.
Él se le acercó tanto, que incluso podía percibir su respiración, no era un sueño, no podía ser un sueño, quería besarla, quería abrazarla, pero una fuerza superior a su voluntad lo contuvo.
– Por eso estoy aquí, porque mi vida sin ti no tiene sentido -dijo ella-. Siempre creí que ser una aventurera era lo mejor, pero ahora comprendo que la mejor aventura es estar al lado de los seres que amo y tú y Robinsón son lo más importante que me ha pasado. Además, él también te necesita y yo sé que tú a él, sería bueno si…
– Yo no puedo seguir viviendo en Nueva York -la interrumpió él dándose la vuelta-. Mi alma se está muriendo lentamente en ese lugar, yo necesito mi sierra.
Ella le colocó una mano en su hombro y él percibió esa misma sensación que sintió el mismo día que la conoció y le estrechó la mano.
– Y yo te necesito a ti, ¡y nuestro hijo también!
Pedro sintió que le temblaban las piernas, pero se volteó para mirarla a los ojos.
– ¿Nuestro hijo?
– Sí, nuestro hijo -dijo ella sosteniéndole la mirada-. Robinson es el resultado de nuestros días de pasión aquí en la sierra.
– Pero… ¿Por qué no me lo dijiste antes?
– Porque no estaba preparada y luego ya se hizo demasiado tarde, además pensé que no podrías perdonarme el habértelo ocultado.
– ¿Y por qué me lo dices ahora? –su voz sonaba como una exclamación de dolor.
– Porque he estado equivocada durante mucho tiempo, cuando me di cuenta de mi estado de embarazo viajé a visitar a mis padres, no sabía si quería a ese bebé y necesitaba tomar una decisión. Mi madre, con quien nunca tuve una buena relación, sin saber de mi estado, me dijo que lo único que tenía sentido en este mundo era dejar una semilla de nuestro amor y que yo era su semilla en este mundo. Esas palabras me llevaron a desear ese hijo y a pensar que nuestro amor podría ser duradero, pues a pesar de tu juventud y del poco tiempo que habíamos pasado juntos, tú supiste meterte muy adentro de mi corazón. Incluso pensé en regresar al Perú a contarte de la buena noticia, pero entonces mis padres tuvieron un accidente y murieron…
La voz de Karina se interrumpió por un momento, Pedro la abrazó y la besó con todas sus fuerzas, luego le limpió las lagrimas que le rodaban por las mejillas.
– ¿Y ahora qué hacemos? –preguntó mirándola a los ojos.
– No lo sé, solo sé que Robinson y yo no podremos vivir sin ti.
– Y ¿dónde está él?
– En el pueblo con tus padres.
– Es una situación muy complicada -dijo él mirándola a los ojos.
– Trasladémonos junto con nuestro arcoíris a vivir a Cusco, estoy segura de que allí podremos encontrar una buena escuela para nuestro hijo.
– ¿Y tu trabajo?
– En Cuzco están buscando una buena fotógrafa para un magazín, no pagan mucho, pero… tu podrás trabajar de nuevo con tus alpacas y así la responsabilidad de traer dinero a la casa será compartida. Además, siempre podremos recorrer la sierra juntos y descubrir nuevos parajes para fotografiar y venderlas a alguna revista de nombre mundial.
Pedro miró a Karina y la besó como si fuera la primera vez en su vida que lo hiciera, mientras el arcoíris sobre el lago desaparecía lentamente dándole entrada a un atardecer precioso sobre la montaña.