Te regalo un arcoíris (segunda parte)
Pedro, sentado frente a su rebaño de alpacas y bajo un cielo algo nublado miró la gran montaña cubierta de nieve, que un lago de un azul profundo reflejaba.
– Desearía ser como ella -pensó- , firme, constante y duradera. Desearía nunca haber cambiado, nunca haber salido de la sierra, nunca haber conocido el mundo de los hombres sin corazón. Si tan solo hubiera sido firme como esa montaña, nunca me habría movido y mi vida habría transcurrido sin mayores altibajos.
Pero él no era una montaña, era un hombre y como tal cometía errores, uno de ellos, tal vez el más grande, haber puesto sus ojos en una mujer prácticamente inalcanzable. Karina, una fotógrafa diez años mayor que él, una aventurera a la que le gustaba recorrer el mundo como una veleta.
Si alguien pudiera hacer una comparación, diría que ella tenía el carácter del viento y él un carácter más calmado y sereno, más o menos como el de una montaña y que él fue un tonto pensando que el viento podría quedarse quieto viviendo únicamente alrededor de la montaña.
Él había sido muy ingenuo pensando que por el solo hecho de que ella le hubiera enseñado el arte de amar, eso le daba el derecho a buscarla y hacerla su esposa. Qué poco conocía del mundo, él un simple pastor de alpacas buscando a una famosa fotógrafa de Nueva York en la ciudad de Lima.
Pero él era joven y luego de conocer a Karina su sentido de la aventura se había despertado. Yendo contra la corriente y a pesar las protestas de toda su familia, había vendido todas sus alpacas y se había lanzado a la aventura de buscar a la mujer que le había robado el corazón, con sus esperanzas en alto y unas pocas pertenencias se fue a la ciudad, a casa de su tía Berta.
Cuando llegó a Lima se sintió abrumado, jamás creyó que hubiera tanta gente en un solo lugar y que existieran edificios tan altos y coches por todos lados. Su tía Berta tenía una pequeña panadería en un barrio popular. Su esposo, un minusválido de mal carácter era el que la administraba y veía con malos ojos la llegada de Pedro. Lo ubicó a adormir en el cuarto donde guardaba la harina y los demás ingredientes de la panadería, pero a Pedro eso no le importó, por el contrario, estaba agradecido de poder tener un lugar donde pasar las noches mientras conseguía su meta.
Su tía, una mujer joven pero de aspecto mayor, tenía dos hijas que estudiaban y trabajaban lo que les impedía ayudarla en las labores de la panadería. Ella era la encargada de elaborar el pan, por lo que se levantaba a las tres de la mañana amasaba y horneaba lo que se iba a vender en el día, y cuando su esposo se levantaba a atender la panadería ella se dedicaba a las labores del hogar. Al lado de la panadería había un pequeño supermercado y el dueño de ese lugar siempre ayudaba a la señora Berta en los trabajos pesados de trasporte de los insumos para la elaboración del pan desde que su esposo había sufrido el accidente que lo había dejado postrado en la silla de ruedas.
Pedro, consiente de la carga tan pesada sobre los hombros de su tía, decidió que, mientras él estuviera en la ciudad le ayudaría en todo lo que más pudiera, por lo que empezó por aprender la labor de hacer pan y mantener tanto la panadería como el almacén donde dormía en completo estado de orden y limpieza.
Lo primero que Pedro hizo en su primera tarde libre fue dirigirse a la dirección que Karina le había escrito en su tarjeta de presentación, que era de una revista en Lima, y donde ella le había dicho que estaba ubicada su oficina de trabajo cuando se encontraba en Perú, por lo que pensó que allí lo podrían ayudar a contactarla. Pero no fue así, allí le dijeron que ella vivía en otro país y que no sabían cuando regresaría. Él les enseñó la tarjeta que ella le había entregado, pero de todas maneras le dijeron que era imposible encontrarla pues posiblemente estaba tomando fotos en algún sitio muy lejano o de difícil acceso del planeta, pero él seguía insistiendo y cada vez que tenía una tarde libre regresaba con la esperanza de que ese día sí lo ayudaran, aunque la respuesta siempre era la misma.
Una de las cosas que también hacía, era llamar insistentemente al teléfono de Nueva York en donde ya había dejado un mensaje en la máquina que le contestaba en otro idioma, pero con la voz de Karina, indicado el número de teléfono en Lima donde ella lo podría ubicar, pero la llamada tardaba en llegar.
Su tía le repetía que dejara la obsesión por esa extranjera, que fijara sus ojos en alguna de las chicas del barrio, ya que desde la llegada de Pedro la panadería se había convertido en el lugar favorito de todas las colegialas que lo miraban con ojos golosos, pero él, tímido y parco para hablar, escasamente les dirigía el saludo. Él no era feliz, pero la esperanza de algún día volver a ver a Karina le daba las fuerzas suficientes para continuar con su lucha, aunque había días en que Pedro se sentía como un animal enjaulado, extrañaba su sierra, su aire, su libertad, pero estaba decidido y tenía una voluntad infranqueable.
Al mes de su llegada y aprovechando que su tía, a pesar de las protestas de su esposo, había decidido contratarlo como panadero, pues resultó que tenía habilidad para ese arte y las ventas iban en aumento, ingresó en una escuela de idiomas en las horas de la noche, quería estudiar inglés y había empezado a ahorrar dinero para comprarse el tiquete de avión que lo llevaría hasta los Estados Unidos, sabía que le tomaría algún tiempo, pero no estaba dispuesto a darse por vencido.
Un día, casi un año y medio después de su llegada a Lima, Pedro se presentó de nuevo, como todas las semanas, en la recepción de la revista preguntado por Karina, la recepcionista con la que había entablado una amistad, le dijo que todavía no le tenía noticias de Karina, pero le propuso que se presentara para trabajar como modelo, ella le explicó que los modelos trabajaban con los fotógrafos y que él, con esa cara tan linda y ese cuerpo esculpido, sería la sensación.
Al comienzo pensó que le estaba jugando una broma, ¿cómo podría él un hombre de la sierra y con su rostro de indio ser modelo de revista? Pero la recepcionista le explicó que en Perú había una gran polémica pues los peruanos se estaban quejando de que los modelos de ropa, tanto de adultos como niños, siempre eran personas de piel clara y cabello claro, contrario a la verdadera raza del Perú y que él, como buen habitante de la Sierra, contaba con un rostro indio, pero de facciones livianas y un cuerpo muy bien formado.
Luego de pensarlo un rato decidió seguir el consejo de la recepcionista, quien también le ayudo a rellenar la solicitud y se presentó al casting. Una semana después y para su sorpresa salió elegido. Ahora sería el modelo de una campaña de ropa.
En menos de seis meses su vida había dado un giro de ciento ochenta grados, ya que lo que al comienzo había sido una campaña pequeña había tenido tan buena acogida del público que ahora su rostro se había convertido en la marca del sello peruano y él había perdido el control sobre su vida. De un día para otro se encontró rodeado de amigos y mujeres que lo invitaban a fiestas, a comidas y cócteles. Había dejado su trabajo como panadero y se había mudado a vivir en un departamento de un buen barrio de Lima.
Él se sentía como en un sueño, atrapado por una extraña nube que le impedía ver con claridad las cosas, tenía tantos compromisos diarios que escasamente encontraba tiempo para escribirle cartas a sus padres dentro de las cuáles les enviaba dinero.
Pero en las noches, cuando por fin se encontraba solo, todos sus pensamientos estaban dedicados a Karina. Durante ese tiempo se había enterado de que ella trabajaba para la National Geographic y que en esos momentos no estaba en Nueva York, que desde su viaje al Perú en el que lo había conocido se había mudado a Irlanda de donde era oriunda, primero se había tomado un año sabático y luego había informado que tenía otros proyectos y que se tomaría unos dos años antes de regresar a trabajar de nuevo para ellos.
Pedro había contratado a un investigador para que la encontrara, pero él le había dicho que no era fácil pues parecía que ella no deseaba ser encontrada. Los padres de Karina habían muerto en un accidente de tránsito tres meses luego de su viaje a Perú, ella había vendido todas las pertenencias de la familia y desde ese momento no había manera de encontrarla, podría estar en cualquier parte del mundo. Lo único seguro era que en abril del año siguiente debía presentarse a trabajar de nuevo a la National Geographic o perdería ese empleo. Pedro se aferró a su esperanza y esperó con paciencia a que llegara la primavera del siguiente año, momento en que estaba completamente seguro de que por fin volvería a verla.
Cuatro años después de que él abandonara su sierra llegó el gran día, Karina estaba de regreso en Nueva York, el agente de Pedro se lo comunicó tan pronto se había enterado y él ya sabía qué hacer, había aprendido inglés, tenía la visa y había comprado el tiquete.
Llegó a la dirección indicada en la Gran Manzana y apretó el citófono, la voz de ella contestó, él la saludó en español y le dio su nombre, un largo silencio le puso los pelos de punta, pero luego de un momento, que a él se le hizo eterno, sonó el timbre de la puerta y él pudo acceder al edificio, sentía el corazón en la boca.
Ella abrió la puerta y lo miró de forma extraña, él la saludó con demasiada cortesía, hubiera querido alzarla y besarla, pero lo único que pudo hacer fue alargar su mano y saludarla. Ella estaba descalza, con un pantalón de deporte bastante ancho y un blusón que le tapaba el cuerpo, pero para él ella estaba hermosísima. Hubiera querido desnudarla allí mismo y recórrela por completo, pero ella estaba demasiado distante.
En ese momento un niño llegó corriendo y le abrazó las piernas, Pedro se quedó de piedra mirándolo a los ojos y escuchando la voz de su conciencia que no paraba de repetirle eres el tonto más grade del universo. Ella está casada, tiene un hijo y tu has perdido todo este tiempo buscando a una mujer que solo existe en tu imaginación.
Una alpaca brama en la distancia, Pedro la mira y ésta juega y salta alrededor de las otras, era la alpaca más pequeña de su rebaño, la más juguetona, se podría decir que era su preferida. Él se levanta y se acerca a ella, la acaricia su pelaje blanco con manchas cafés y le dice:
– ¡Sabes! Alguna vez fui como tú, libre, alegre indomable. Yo amaba la vida, amaba la bondad, amaba la naturaleza, pero entonces la conocía a ella, eso fue hace siete años y me fui a buscarla, cuatro años duró mi búsqueda y cuando la encontré resulta que ella ya no era la misma, pero lo peor era que yo ya no era el mismo…
Lea la tercera y ultima parte de esta historia en este mismo blog, la próxima semana.