Tan solo un hijo
Hablando entre amigas esta semana, una de ellas nos contó que el próximo domingo está invitada a una boda. Desde ese momento el amor se volvió el tema de conversación. Luego de un rato, nos contó una historia que nos dejó completamente sorprendidas.
La historia es sobre dos amigos de su infancia, Ana y Luis. Ellos eran vecinos y prácticamente crecieron juntos. Luego llegó la juventud y la amistad entre los dos se transformó en amor, con el paso de los años se casaron y eran muy felices. Mi amiga también se casó con un hombre que conoció en la Universidad. Los cuatro se volvieron los mejores amigos, rumbeaban, hacían deporte e incluso planeaban las vacaciones juntos.
Mi amiga pronto quedó en embarazo, un descuido, nos contó sonriendo, pero sus mejores amigos, Ana y Luis, no querían todavía hijos, se sentían muy jóvenes para ello. Y, cómo era de esperarse, esos amigos fueron los padrinos del niño.
Pasaron cuatro años, y un día aquellos amigos decidieron que ya era hora de tener un hijo. Ana planeó muy bien en su trabajo para que cuando llegara el momento pudiera tomar los días de maternidad sin problema. Luis le contó a todos sus conocidos que muy pronto sería papá y entre cervezas y alboroto todos brindaron por tan esperado momento.
Eran una pareja perfecta, él había terminado su carrera de economía y trabajaba en la bolsa.
Ella, odontóloga, había logrado abrir su propio consultorio en compañía de una colega. Se sentían muy felices y realizados. Un hijo seguro llegaría muy pronto a complementarles tanta felicidad.
Para ese tiempo mi amiga también pensaba encargar su segundo hijo, así que se alegró muchísimo porque no estaría sola en el proceso.
Pasó el primer mes y la cosa no cuajó para ninguna de las dos. Es normal, comentaron juntas, solo es cuestión de desintoxicar el cuerpo de las pastillas anticonceptivas. Tranquilas, leyeron en internet que eso toma casi siempre un año. Con paciencia lo siguieron intentando, al cabo de seis meses mi amiga quedó en embarazo, pero Ana no. La amistad sufrió una pequeña crisis con la noticia, pero al poco tiempo el percance se superó.
Ana y Luis eran personas muy exitosas en su trabajo y dedicaban mucho tiempo a actividades culturales. Viajaban constantemente y el amor se sentía en el aire cada vez que estaban juntos. Con la llegada del segundo hijo de mi amiga, las preguntas del círculo social y familiar de Ana empezaron a aparecer: ¿Cuándo se van a animar? ¡Ya es hora de que concreten el amor! ¡Un hijo es la realización del hogar! ¡Un hogar sin hijos es como un jardín sin flores!
En fin, la presión de traer un hijo al mundo, empezó a aparecer como un lunar en la relación de Ana y Luis. Así que decidieron acudir a un médico.
Les hicieron exámenes de sangre, de orina, de hormonas, de anticuerpos y demás: todo estaba en orden, según el médico, solo era cuestión de tiempo.
Sin embargo, les formuló algo para potenciar la germinación. Ana y Luis, muy pacientes se tomaron de nuevo un año, pero el milagro no se presentaba. Y poco a poco el principal tema de sus conversaciones era la llegada de ese hijo.
-Tan solo un hijo- era lo que le decía Ana a mi amiga, cuando le entraba el desespero por no poder concebir.
Luego acudieron a un especialista, quien les aconsejó un tratamiento de hormonas y si eso no funcionaba, entonces la inseminación.
Aquí es cuando, como dice mi madre, comenzó Cristo a padecer.
Las hormonas hicieron sus estragos en el cuerpo de la mujer, su carácter se tornó irascible y las peleas eran el pan de cada día. El sexo también se volvió un problema. Antes de empezar con el tratamiento, disfrutaban de una vida sexual activa, creativa y muy satisfactoria, pero ante las recomendaciones del médico de solo mantener encuentros en determinadas fechas o incluso varias veces al día y en determinadas posiciones, el sexo se convirtió en un karma difícil de llevar. En lugar de ser el encuentro de dos seres que se aman, era una responsabilidad, una obligación, un tener que, sin disfrute alguno. El amor empezó a sufrir sus primeras grietas.
Luego de un doloroso tratamiento para la extracción de óvulos, se realizó la inseminación. Un mes más tarde se confirmó el embarazo. El sueño se había hecho realidad, estaban felices. A gritos contaron al mundo que por fin llegaría el hijo deseado que complementaría su felicidad.
Pero el destino les tenía reservada una amarga sorpresa: antes de cumplirse el tercer mes de embarazo, Ana sufrió un aborto espontáneo. Todos sus sueños se vinieron abajo y con ellos el matrimonio también. Ya no encontraban sentido a su relación amorosa, la separación fue rápida, silenciosa y sin complicaciones.
Un mes después de la separación, producto del duelo que estaba realizando, aquella mujer conoció a un hombre en el que pudo refugiar todo el dolor que estaba sintiendo, e impulsada por los albores del enamoramiento, se casó de nuevo en tiempo record. Al cabo de nueve meses de ese matrimonio, tuvo su primer hijo y veinte meses después una niña. Todo sin el mayor esfuerzo.
En ese momento de la narración, yo pensé, que esa pobre mujer por fin había alcanzado su felicidad e interrumpí a mí amiga diciendo.
– ¡Qué bonito!, al final la vida siempre nos da lo que pedimos.
– No te adelantes -dijo mi amiga-. Espera te sigo contando.
Ana, a pesar de la alegría de ser madre, no se sentía realizada, ni mucho menos feliz. Sentía haber pagado un precio muy alto. En la búsqueda de ser madre había perdido el gran amor de su vida. La rabia se fue adueñando de su mente y casi sin darse cuenta su nuevo esposo se convirtió en el foco de su furia. Los ataques de histeria no se hicieron esperar. Poco a poco la mujer alegre y llena de energía se fue volviendo una mujer amargada y falta de vida. Ella sufría, su esposo no era feliz y sus dos pequeños hijos tampoco lo eran.
Un día en que la situación se salió de control, la tuvieron que llevar de emergencia a un hospital. Los doctores le diagnosticaron depresión y la remitieron a una clínica para su recuperación.
Luis, luego de la separación, se dedicó a la vida bohemia: amigos, rumba, licor y amores de una sola noche. Todo esto siguió, hasta que uno de esos amores lo buscó y le dijo que la noche de pasión, había dejado una huella que llegaría en algunos meses.
Como siempre se había jactado de ser un hombre responsable, decidió empezar una vida de pareja con aquella mujer. Su hijo era ahora el gran amor de su vida, pero la unión con la madre no funcionó. Luego de una terrible separación donde había perdido mucho dinero, la madre de su hijo le empezó a prohibir que lo visitara. Por lo que se inició una lucha jurídica.
Ante la pena de no poder ver a su hijo, este hombre empezó a dedicar sus noches a los bares, o a tomarse una copita antes de llegar a casa. Con el tiempo una sola copa no fue suficiente y así siguió su vida hasta que el alcohol tomó el control. Al poco tiempo perdió su trabajo y con éste también la paternidad de su hijo. Una noche una ambulancia lo recogió en mitad de la calle totalmente inconsciente, estaba en estado de coma.
A este punto de la narración, con las lágrimas en mis ojos le dije a mi amiga que la vida era muy cruel. Ella regalándome un abrazo me dijo.
– Tranquila, todavía no he terminado la historia.
Los médicos lograron reanimar a Luis y sacarlo del coma y luego lo remitieron a una clínica.
Tanto Luis como Ana estaban internados en la misma clínica, pero en pabellones distintos, por lo que no había posibilidad alguna de que se pudieran encontrar.
Ella estaba deprimida. Había cambiado el gran amor de su vida por su deseo de ser madre. Y ahora que ya lo era, no soportaba la idea de pasar el resto de su vida al lado de su nuevo esposo, sin embargo se sentía obligada a hacerlo por el bienestar de sus hijos.
Luis, había encontrado en el alcohol la única manera de escapar de la culpa por haber abandonado al amor de su vida en el momento en que ella más lo necesitaba. Y el haber perdido a su hijo ante la incapacidad de poder amar a la madre de éste.
– ¿Se encontraron en la clínica? –preguntó una de mis amigas con las que nos reunimos ese día.
– No, en la clínica no –le contestó mi amiga sonriendo–. En la reunión de padres de familia del hijo de él y la niña de ella, que ingresaron este año a la escuela. La madre del hijo de Luis lo ayudó a recuperarse del problema del alcohol y ahora son muy buenos amigos. Ana se separó luego de su tratamiento y comparte la custodia de sus hijos con su ex marido. Luego de su reencuentro en la reunión de padres de familia, los dos volvieron a salir, y son ellos los que se casan el próximo domingo, o mejor dicho se casan por segunda vez.
Así culminó mi amiga su historia.
Les deseo un feliz año 2018 lleno de amor y prosperidad