Ser Mujer
Hace exactamente un año, cuando se acercaba el día de la mujer leí un artículo en el periódico que me causó un gran disgusto. Era una nota a página entera que titulaban “El valor de las mujeres y su apoyo al desarrollo de la humanidad”. Cuando leí ese título me sentí honrada, creí que hablarían de la mujer como género femenino, pero en realidad era una reseña más de las muchas se han hecho sobre mujeres que han obtenido algún reconocimiento en sus carreras.
Hablaban de científicas, ingenieras, deportistas y políticas, entre otras, pero por ningún lado nombraban a las maestras de escuela, enfermeras, obreras, campesinas, amas de casa y mucho menos a las madres que entregan su tiempo, esfuerzo y dedicación a ayudar a sus hijos y esposos a salir adelante. Me sentí excluida.
No creo que los hombres sean mejores que las mujeres y tampoco creo que las mujeres lo sean en cuanto a los hombres, más bien creo que nos complementamos, y si sabemos dialogar podemos encontrar un punto de equilibro. Lo que sí es seguro, al menos para mí, es que somos diferentes, sentimos diferente y pensamos diferente, y eso es lo bello, de lo contrario el mundo sería muy aburrido.
No me considero feminista y mucho menos machista, para mi el mundo no es blanco y negro, sino una mezcla multicolor que ofrece infinidad de facetas, por lo que no me puedo casar con ninguna de esas dos ideologías. Solo considero que, si se escribe un artículo sobre el valor de la mujer, debe darse un manejo más respetuoso, pues la humanidad ha llegado a los niveles de desarrollo social y tecnológicos en los que vivimos actualmente, no solo gracias a las personas
que participaron directamente en el hecho social o en el avance científico, sino también gracias a las mujeres que apoyaron con su trabajo silencioso.
¿Qué hubiera sido de las teorías de Jean Piaget si no hubiera tenido a su lado a Valentine Châtenay, su esposa, haciéndose cargo de sus tres hijos mientras él los estudiaba?
¿Qué hubiera sido de Albert Einstein si no hubiera conocido a Mileva Maric, una maravillosa matemática, primero como colega y luego como esposa, con la que mantenía acaloradas tertulias sobre sus teorías científicas ahora reconocidas en todo el mundo?
¿Quién podría ahora tener una bombilla eléctrica en su casa de no haber sido por Nancy Elliot, madre de Thomas Edison, quien se encargó de su educación en la casa porque su hijo fue expulsado de la escuela ya que, según su profesor, él no estaba capacitado para aprender?
¿Qué hubiera sido de Barack Obama sin Shirley Ana Durham, su madre, quien lo crio sola? ¿O sin su esposa, Michael, quien le sabe hablar muy sabiamente al oído sobre todo en los momentos de crisis? ¿O de sus dos hijas que lo inspiraron a buscar formar un mundo mejor?
¿Qué hubiera sido de los versos de Pablo Neruda sin la inspiración que le generaron las mujeres a su lado?
Si sigo por ese camino, la lista de preguntas sería larguísima. Solo quiero decir que ni el hombre es superior que la mujer ni la mujer lo es del hombre, como seres somos iguales, con capacidades extraordinarias y que cada persona, no importa su género, puede aprovechar en el campo que desee.
Hay mujeres que sobresalen en la vida pública y me siento muy orgullosa de ellas y de su aporte a la sociedad, pero no hay que desconocer el esfuerzo de todas esas madres y mujeres que trabajan calladamente y que sin ellas la humanidad no estaría donde está ahora.
Las mujeres llevamos la fuerza del universo en nuestro interior, somos generadoras de esperanza, de amor, de progreso, de desarrollo intelectual y personal. Porque las mujeres, seamos o no madres, tenemos una energía que libera a los que las rodean de sus ataduras y los impulsan a explorar caminos florecidos en el amor.
Las mujeres tenemos un gran don: todas somos constructoras de vida, no solo física, sino también mental, y todo lo que tocamos lo convertimos en amor y esperanza. Sabemos ayudar con generosidad sin esperar recompensa y sabemos entregar más de lo que nos piden, conocemos nuestros límites y, sin embargo, buscamos superarlos con creces para el bien de nuestros seres queridos.
Ser mujer es levantarse y mirar el día con ojos de esperanza, es cumplir con nuestros deberes entregando lo mejor de nosotras, es sentir el dolor en los demás y brindar una palabra de apoyo, es saber cuándo se debe estar y cuándo se debe partir. Ser mujer es mirar la vida con esperanza y llenarla de sonrisas, ser mujer es caminar sobre grandes piedras y transformarlas en escaleras.
Las mujeres somos fuego que no quema, pero que sí reconforta y da calor al desvalido. Porque las mujeres somos unas guerreras incansables, luchadoras por conseguir la libertad del pensamiento de esas limitaciones que atormentan el alma humana y que le impiden dar lo mejor de sí.
¿Cómo logramos combatir ese dictador que todos llevamos en nuestro interior? Con la única e invencible arma que posee la mujer: la palabra. No hay hijo o hija que no acuda a su madre para recibir una palabra de apoyo en momentos de crisis, no hay esposo que no busque a su esposa para obtener un buen consejo, no hay hombre o mujer que no acuda a una amiga para desahogar sus penas, no hay padre que no vea en su hija el orgullo de su propio ser.
Para ser mujeres hay que creer, hay que soñar, hay que ver más allá de lo que existe en la realidad.
Las mujeres hemos sido madres, amigas, confidentes, enfermeras, maestras, cocineras, sabias consejeras durante muchos siglos, y aunque no se nos nombre, ni nos den grandes reconocimientos, siempre estaremos allí para ayudar quien lo necesite.
Por eso, todas las mujeres del mundo, sin importar su condición social, su religión, su profesión, su color de piel o su sexualidad, son valiosas y merecen respeto, amor y comprensión, no solo en el día de la mujer, sino cada uno de los trecientos sesenta y cinco días del año.
Espero que este texto sirva como homenaje a ese valor agregado que ha significado la mujer en el desarrollo de la humanidad. Y que el reconocimiento que recibamos por ello no se limite a las extraordinarias mujeres que logran sobresalir en su carrera profesional, sino a todas las que nos dedicamos a ayudar y a formar un mundo más humano, lleno a amor y esperanza mediante nuestra entrega cotidiana en todo lo que realizamos.
Queridas mujeres, siéntanse felices y orgullosas de pertenecer al género femenino, valórense, salgan hoy y demuéstrenle al mundo que ustedes son la sal que le da sabor a la vida, son la flor que le da color al jardín, son la luz que ilumina la noche oscura, son el sol que da calor en un invierno frío y son esa semilla de amor que todo el mundo guarda en su corazón.
Yo, cómo bien lo dijo Sócrates, “Solo sé que nada sé”, aunque sí hay algo de lo que estoy segura: “que soy mujer y estoy muy orgullosa de serlo”.