Mariposas blancas

Pluma


Su nombre es Pedro, lo conocí en la universidad. Tenía treinta años, por lo que era bastante adulto para la mayoría de las personas que cursan la carrera de ingeniería mecánica en la jornada diurna.

Era el menor de cinco hijos de una familia cuyo padre ya no existía, y, según nos contó, antes de que él falleciera había sido un hombre muy trabajador, un campesino que ganaba el sustento de su familia a punta de azadón.

Un día cuando tenía unos siete años, unos extraños llegaron a su casa pidiendo posada y comida. Su madre lo encerró junto a su hermana María y su hermano Antonio bajo llave en el único cuartoque tenía el rancho y se dispuso a hacer la comida con sus dos hermanas mayores. Él no sabe cuánto tiempo pasó desde que su madre los dejó allí a oscuras, solo recuerda que después de un largo rato escuchó unos gritos que lo pusieron en alerta, y después muchas detonaciones como si el cielo se estuviera rompiendo.

Cuando su madre volvió a abrir la puerta. Tenía sus ropas rotas y llenas de sangre, no lloraba. Era como si hubiera estado muerta en vida. Empacó lo que pudo en una caja de cartón y salió con ellos de la mano, advirtiéndoles que no miraran lo que había afuera.

Pero Pedro no pudo evitarlo y lo que vio se le quedó pegado en el alma. Había muchos cuerpos formando una hilera en el patio de su casa y en la esquina, junto a la piedra de moler maíz estaba atado su padre, amarrado a la estaca con la cabeza caída. A sus dos hermanas no las vio, ni tampoco volvió a saber de ellas.

Lo que sí recordaba muy bien era una mariposa blanca que estaba posada sobre la cabeza de su padre y cuando ellos pasaron por la cuerda que rodeaba el rancho, la mariposa voló y se posó sobre el hombro de su madre como haciéndole una caricia. Esa mariposa los acompañó durante todo el camino, hasta llegar al pueblo más cercano. Allí tomaron un bus que los llevó a la ciudad de Neiva.

En la ciudad su madre consiguió un trabajo como limpiadora, y él y sus hermanos quedaron como ovejas sueltas. Pasaron meses deambulando por las calles buscando comida. Con el tiempo su madre conoció a un hombre y lo trajo a vivir con ellos. Allí empezaron los maltratos. Su hermano mayor no aguantó mucho tiempo, un día empacó su ropa y se fue. Su hermanita le siguió al poco tiempo, pero en compañía de un hombre. Su madre poco hablaba y apenas hizo comentario al descubrir que sus hijos la abandonaban.

A Pedro lo que más le gustaba hacer desde que había llegado a Neiva era visitar los talleres. Un día el dueño de uno de ellos le preguntó que si quería comida.

– ¡Claro! –contestó él de inmediato, y luego de comerse dos empanadas, don José le preguntó si quería ser mecánico. Ese fue, según Pedro, el día más feliz de su vida. Por la noche se instaló a dormir en el pequeño cuarto donde guardaban la herramienta y al otro día empezó su aprendizaje y también sus labores en el taller. Con el tiempo se volvió hábil y la clientela lo conocía.

Pedro estaba feliz y agradecido, no necesitaba nada más. Algunos años pasaron con la misma rutina, hasta que un día la esposa de don José lo convenció de estudiar por las noches. Así que, siendo un jovencito de catorce años, empezó la escuela primaria, y luego continúo con el bachillerato. Pero él mismo nos confesó que el trabajo en el taller era tan duro que estudiar por las noches se le hacía casi una tortura.

El dueño del taller y su esposa no le pagaban sueldo, tan solo le daban algún dinero para la gaseosa, dinero que él ahorraba para llevarle un mercadito a su madre, hasta que un día lo llamaron para informarle que ella había muerto. El sepelio fue triste y desolador, aparte de él solo asistieron, don José, su esposa y algunos de sus compañeros del taller.

En medio del entierro Pedro volvió a ver una mariposa blanca revoloteando por todo el lugar y por un instante bastante largo, se posó sobre su hombro acariciándole levemente el rostro como brindándole una caricia, lo que le hizo comprender que ahora su madre estaba en paz.

Cuando terminó su bachillerato, a los veinticuatro años, como regalo de graduación don José le entregó un sobre. En él había una buena suma de dinero con la cual montó su propio taller, pero como no sabía nada de la vida, y menos de economía, pronto se dejó llevar por las malas amistades. Dedicaba mucho tiempo a las fiestas y la vida nocturna. En menos de dos años lo había perdido todo y estaba endeudado con un banco.

Don José lo acogió de nuevo en su taller y esta vez sí le pagó un sueldo, dinero que utilizó para pagar todas las deudas que tenía y del que luego empezó a ahorrar para pagarse una carrera. La vida lo había madurado y ahora tenía sus sueños muy claros: quería estudiar y sabía que podía.

Cuando reunió lo suficiente para pagarse dos semestres de carrera, se inscribió en la Universidad, para estudiar en las mañanas, mientras trabajaba por la tarde y noche, fue en ese momento cuando lo conocí.

Al terminar su carrera montó un taller mecánico especializado que ahora tiene varias sucursales por todo el país. El año pasado me contó que había logrado reunir parte de su familia. Su hermana María es madre soltera de tres hijos y trabaja como vendedora de frutas. Su hermano Antonio es
el propietario de una panadería. También me contó había fundado una organización que impulsa la reconciliación de las víctimas de la guerra. Su lema es “El perdón llena de paz el corazón” y su símbolo es una mariposa blanca.

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