Las comparaciones son odiosas

Pluma


Hace poco intenté escribir un artículo en donde comparaba las fiestas europeas con las latinoamericanas, pero fracasé en el intento. Pasé horas enteras quemándome las neuronas tratando de encontrar diferencias que pudieran servir de hilo argumental y lo único que pude hacer fue escribir una serie de críticas y comparaciones para lado y lado del océano Atlántico que al final solo conducían al precipicio de la desolación.

Lo peor es que no fui consiente de mi error hasta que un buen amigo leyó lo que había escrito, y con palabras muy dulces me hizo entender que ese artículo no tenía ningún valor que aportara a la sociedad en la que vivimos. No niego que me dolió recibir esa crítica, pero me sirvió para darme cuenta de que las comparaciones son muy malas si no construyen conciencia positiva, así que tomé mi escrito, lo arrojé a la basura y aprendí que de los errores se pueden sacar las mejores conclusiones.

Cuando se realizan comparaciones de cualquier índole siempre se puede caer en la desgracia de pordebajear a una parte o a la otra y hacer daño sin desearlo realmente. Eso me hizo reflexionar sobre la necesidad que tenemos los seres humanos de andar comparando todo, ¿por qué no simplemente aceptamos las cosas como son y las amamos sin necesidad de realizar comparaciones tediosas?

Como extranjera, de vez en cuando me dejo llevar por ese bichito del ego que crea ínfulas donde no las hay y empiezo a realizar comparaciones que lo único que hacen es potencializar la nostalgia. Ninguna cultura es mejor que la otra, así como ningún país es mejor que el otro, o ninguna persona es mejor que otra, simplemente son diferentes y es en esa diferencia donde está la verdadera belleza.

Pero regresando al artículo de las fiestas, luego de leerlo desde una perspectiva distinta a como lo había escrito, comprendí que, aunque las culturas son diferentes y que se utilicen ritos distintos, a la hora de celebrar los eventos no existen tantas diferencias como yo creía al comienzo. Al fin y al cabo, las motivaciones son las mismas y la alegría expresada es igual de sincera en la cultura que sea.

También me di cuenta de que las diferencias que había logrado establecer estaban completamente desactualizadas, luego de casi quince años lejos de casa y de perderme infinidad de matrimonios, bautizos, graduaciones, primeras comuniones y fiestas de cumpleaños, creo que mis recuerdos se remontaban a la edad de piedra. Porque, cuando de celebraciones se trata, las culturas evolucionan al mismo ritmo que la tecnología, así que lo que estaba pretendiendo hacer era comparar un móvil de alta tecnología con un teléfono fijo de los años noventa.

Y si de hablar de diferencias quería, debería haberme dado cuenta que en cuestiones de fiestas las diferencias se pueden dar incluso dentro del mismo continente, dentro del mismo país, dentro de la misma región, dentro del mismo pueblo o dentro de la misma familia, porque cada persona es distinta. Creo que en lugar de estar buscando diferencias que nos separen y alejen al uno del otro, lo que debemos hacer es buscar similitudes que nos unan y nos hagan ver las distancias más cortas.

Eso me hizo pensar en el mundo en el que estamos viviendo, y en que las fronteras son solo invenciones humanas. ¡Qué fácil sería vivir en un mundo sin barreras! ¡Donde el respeto y la tolerancia fueran las únicas banderas que importaran!

Luego de cerrar el computador con un desconsuelo en el alma, y con la sensación de haber perdido un tiempo muy valioso en una guerra de culturas sin sentido, sin encontrar como enmendar mi error al escribir ese terrible artículo, me senté a ver la televisión para ver si allí encontraba consuelo a mi ego roto.

Yo creo que nada pasa al azar, y ese día estaba destinada a no alejarme del tema de la lucha de culturas hasta que lograra encontrar la paz interior que había perdido en la redacción de ese artículo insensato. Al encender el televisor me encontré con la agradable sorpresa de que estaban presentando una película que contaba la historia de una familia que venía de la India y sus aventuras a la hora de migrar a Europa e instalarse a vivir en un pueblo al sur de Francia.

Esa película me fascina y tocó mis fibras más profundas. Me sentí completamente identificada con las vivencias de esa humilde familia. Sus costumbres no se me hicieron tan lejanas, el calor de hogar es el mismo en cualquier lugar del mundo.

Creo que vivamos donde lo hagamos y sin tener en cuenta nuestros orígenes, siempre hay algo que nos conecta como seres humanos, y ese algo hace que la convivencia se haga mucho más llevadera. De pronto eso sea la evolución a la que estamos abocados los seres humanos: el que dejemos de ver nuestro hogar como ese pequeño trozo de tierra donde nacimos, y empecemos a ver nuestro hogar como lo que es, el planeta entero.

Puede que tengamos costumbres distintas, puede que los bailes también lo sean o que la comida presente diferencias abismales que nos hacen denominar lo que no nos es conocido al paladar, con el termino de exótico. Pero al final los sentimientos son los mismos, porque ellos vienen del alma y un sentimiento de amistad es el mismo en la China, en el Congo, en Australia, en Suecia o en Latinoamérica.

Ahora estoy segura de que esas cosquillas que recorren el cuerpo y que en algunas partes las llaman mariposas en el estómago y en otras orugas en las entrañas, y que describen la sensación de enamoramiento, son exactamente la misma sensación. Ya sea que el que la esté experimentando sea un habitante de la Polinesia o uno de Inglaterra. Y que las lágrimas que derrama una madre de Paquistán ante la pérdida de su hijo son igual de dolorosas a las que emite una madre de Nueva York ante el mismo motivo.

Ahora que soy migrante me doy cuenta de que las diferencias en lugar de separarnos nos unen y enriquecen las relaciones. Que el mundo, que yo veía gigantesco cuando era niña, solo es una pequeña burbuja de aire y agua en el Universo.

No se trata de comparar cómo son las fiestas en un continente o en otro, se trata de aceptar que cada cultura es diferente y encantadora en su estilo. Ahora comprendo porqué fracasé en mi intento de comparar dos formas de celebrar, y la respuesta es muy sencilla: los sentimientos son los mismos y no hay mayores diferencias cuando de estar con los familiares y amigos se trata. Los sentimientos son los mismos, las sonrisas son iguales de sinceras y el amor en el ambiente despliega el mismo aroma.

Puede que el protocolo, la forma de entregar las invitaciones, los rituales, los vestidos, la comida y los postres sean distintos en las fiestas europeas y las latinoamericanas, pero los gestos de apoyo y unión son los mismos. Lo importante es celebrar y compartir con los amigos y la familia, pues al final todos somos seres humanos y habitamos en el mismo planeta.

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