La fiesta de muertos
¡S
iempre le he tenido miedo a los muertos! Cuando era niña y nos quedábamos a dormir en el campo donde el ruido de las cigarras y los animales nocturnos invadían el silencio de la noche y donde la oscuridad era la diosa suprema, la única diversión que encontraban los mayores para acallar sus pensamientos era el sentarse alrededor de la mesa, iluminada por una vela palpitante, y empezar a contar cuentos de muertos.
Hoy he sido invitada, por una amiga mexicana, a una “fiesta de muertos”. Haciendo un gran esfuerzo para eliminar de mi mente mis temores infantiles, me he maquillado el rostro de blanco, he dibujado líneas negras a manera de plantas que hubieran crecido en ella alrededor de los ojos, las mejillas y la barbilla, también he adornado mi cabello con flores rojas que me dan el aspecto de una muerta en vida. Me siento extraña y a la vez hermosa con mi traje de Catrina. Es una antigua tradición de México que aunque hermosa y llamativa no deja de causarme miedo. Mucho escuché durante mi infancia de fantasmas y muertos que regresan con maléficas intenciones a hacerle daño a los vivos, así que no comprendo por completo porque dedicar una noche del año a rendir homenaje a los que ya se han ido.
Pero entonces recordé un cuento que contaba mi bisabuela en la oscuridad del campo:
Cuando mi tío abuelo apenas tenía edad para gatear por el patio de tierra que rodeaba la casa, mi bisabuelo, un humilde campesino que trabajaba de sol a sol, murió de repente. Mi bisabuela, una mujer de alma buena y corazón noble, quedó sola y desamparada con cuatro hijos que mantener, entre ellos mi abuela.
Eran pobres y vivían en arriendo del pedacito de tierra donde estaba la casa. Quince días luego de la muerte de mi bisabuelo llegó el propietario de la casa a pedir que la desocuparan. Mi bisabuela desesperada le rogó que le diera tiempo. El señor, de un corazón muy frío, le dijo que tenía ocho días.
En la noche, cuando desesperada empezó a llorar mientras veía comer a sus hijos, sintió que un viento gélido le recorría el cuerpo y ante su mirada estupefacta y la de sus hijos apareció la figura de mi bisabuelo atravesando la puerta de la casa, luego avanzó por el corredor e ingresó a la cocina. Un buen rato duró mi bisabuela aferrando a los niños con sus brazos, esperando que saliera el fantasma de mi bisabuelo de la cocina, pero eso no sucedió, así que luego de recuperarse del susto y tomando el poco valor que podía ingresó a la estancia, pero estaba vacía.
A la noche siguiente mi bisabuela temerosa, luego de contarle lo sucedido a su hermana, le pidió que viniera a acompañarla. Y al igual que en la noche anterior cuando todos estaban sentados a la mesa, sintieron un viento gélido y vieron aparecer la figura de mi bisabuelo atravesando la puerta de entrada, caminar por el corredor e ingresar a la cocina. El silencio colmó el lugar por bastante tiempo, todos estaban petrificados del miedo. Pero luego recuperando la calma y hablando entre ellos, se pusieron de acuerdo en que el muerto estaba recorriendo sus pasos, que solo era cuestión de pagarle una misa el domingo para que su alma pudiera descansar. Sin embargo el cuñado de mi bisabuela tuvo una idea mejor: ¡Preguntarle al muerto lo que necesitaba¡
La tercera noche, el hombre, llenándose de valor, se paró junto a la puerta de la casa y al ver aparecer el muerto, con voz entrecortada le preguntó:
- ¿Qué necesitas?
Pero la figura de mi bisabuelo siguió su camino sin prestar atención, mientras los demás observaban.
El cuñado, sin darse por vencido, decidió que sería mejor que mi bisabuela hablara con él y que había que escoger un lugar más apropiado para esperarlo. La cuarta noche mientras los demás esperaban en el comedor, mi bisabuela y su cuñado lo esperaron en la cocina. Cuando ingresó el fantasma, ella le preguntó:
- ¿Qué necesitas?
Para su asombro, el muerto la volteó a mirar y sin decir nada introdujo su mano en la pared y desapareció.
La quinta noche se repitió la escena, mi bisabuela se hizo en otro lugar de la cocina y de nuevo le preguntó, el muerto la volvió a mirar y de nuevo introdujo la mano en la pared de adobes y desapareció. El cuñado controlando su miedo se acercó con una vela a mirar la pared y encontró que el adobe estaba suelto, lo movió y al sacarlo encontró dinero y unos papeles. Los papeles demostraban que mi bisabuelo tenía la propiedad de la casa. Desde esa noche el muerto nunca más volvió a aparecer.
¿Y si esa historia, que tanto me causaba miedo en mi niñez, fuera cierta? La propiedad existe y no veo porque mi bisabuela, que ahora seguro baila en los jardines del edén al lado de su esposo, tuviera que mentir sobre ese hecho. ¿Por qué inventarse una historia de fantasmas sobre la manera en que ella logró mantener la propiedad de lo que ahora es la finca de la familia?
No lo sé, no puedo responder esa pregunta, pero si hoy voy a esa fiesta y dentro de ella me encuentro con muertos de verdad que han venido a bailar con los vivos, espero que uno de ellos sea mi bisabuelo, que decidió regresar de la muerte para salvar a su familia de un futuro incierto.