El Instructor
En Tumaco conocí a Emilio. Era, entre otras cosas, instructor de buceo, y lo contratamos junto con tres amigos con los que estábamos de vacaciones.
En el hotel ya nos habíamos enterado de que, además de instructor de buceo, tenía una escuela de boxeo. Allí entrenaba a jóvenes que soñaban con salir de la pobreza, dándose golpes en un cuadrilátero. Y también sabíamos que él mismo, en su juventud, había disfrutado de las mieles del éxito. El resto nos lo contó el mismo:
Empezó como un boxeador callejero, hasta que un día, un extranjero buscador de talentos, al ver la contundencia de su gancho izquierdo, decidió ayudarlo.
En esa época convivía con Carmentea, con quien ya tenía dos hijos pequeños. Emilio viajó sin su familia a los Estados Unidos, con la promesa de enviar dinero para sacar a los niños adelante. Allí disputó peleas importantes y llegó hasta las grandes ligas. Al comienzo enviaba dinero a su familia, pero cuando regresaba se lo gastaba casi todo en fiestas y amigos.
Después de un tiempo decidió radicarse en ese país donde, deslumbrado por la vida de lujos y placeres que allí llevaba, rodeado de amigos y de mujeres hermosas, se fue alejando poco a poco de su familia en Colombia. Una de aquellas mujeres, que era modelo, se adueñó de su corazón y al poco tiempo se casó con ella y se fueron a vivir a una lujosa casa en Los Ángeles.
A Carmentea se le rompió el corazón, pero comprendió que Emilio había decidido iniciar otra vida, así que guardó su dolor en lo profundo de su corazón y se enfrentó a la vida como una madre soltera. Sacó con gran sacrificio a sus hijos adelante. Al comienzo lavaba ropa y vendía huevos y gallinas y en algunas épocas de cosecha trabajaba como recolectora. Todo esto duró hasta que se unió a la cooperativa de campesinos para cultivar palma africana.
Cuando la carrera de triunfos de Emilio estaba llegando a su cúspide, sufrió un golpe terrible, y no fue en el cuadrilátero. Le diagnosticaron cáncer. Esa fue la pelea más dura y desgastante de su vida, la cual ganó contra todo pronóstico, aunque el premio que recibió no fue el esperado.
En su lucha contra la enfermedad invirtió la mayoría de sus recursos y ahorros. A medida que se recuperaba el dinero se esfumaba, y con su pérdida también se fueron su esposa y sus amigos. Al final debió vender su casa, el auto y todo lo que poseía. Luego de que su cuerpo se recuperó por completo, empezó a buscar a sus viejos amigos, pero todos le cerraban las puertas. Como boxeador su carrera estaba acabada y como instructor no encontró posibilidades de trabajo. Completamente arruinado, no le quedó de otra que regresar a Colombia.
Llegó a Bogotá, pero el valor le falló a la hora de regresar a Tumaco, sentía demasiada culpa por haber abandonado a su familia por una vida de ensueño, así que buscó un empleo en esa ciudad. Pero él ya no era el mismo, en su lucha contra la enfermedad había invertido todas sus fuerzas yahora sentía que todo había sido en vano, el desespero se adueñó de su vida y buscó refugio en el alcohol y luego en las drogas. Antes de que fuera consciente de la decadencia que había empezado, se vio viviendo en la calle, como un indigente.
Carmentea, quien nunca puso sus ojos en otro hombre, siempre había mantenido un contacto esporádico con Emilio, el único amor de su vida. Lo último que supo de él, era que estaba ubicado en Bogotá. Pero después de un tiempo no volvió a tener noticias suyas. Ante estos hechos, supuso que él habría restablecido su vida con otra mujer y perdió la esperanza de volver a verlo algún día.
Cuando la cooperativa de pequeños agricultores creció, realizaron un contrato con una prestigiosa empresa extractora de aceite de palma. Para realizar esa gestión, Carmentea tuvo que viajar a Bogotá con los otros directivos de la cooperativa. Al segundo día de estadía, aprovechando la tarde libre se fueron de paseo al centro. Ella siempre había querido conocer Monserrate, la Casa de Nariño y la Plaza de Bolívar. Cuando ella estaba allí, dándole de comer a las palomas, un indigente acostado sobre unos cartones le llamó la atención.
Sin saber por qué y sin comprender su extraño impulso, Carmentea se acercó al hombre barbudo, le quitó el pelo de la cara y se llevó la sorpresa de su vida. Ese indigente que dormía profundamente era Emilio. La alegría y la tristeza la embargaron al mismo tiempo. Sus compañeros de viaje se acercaron al verla y cuando ellos también reconocieron al indigente comprendieron la reacción de Carmentea. Como Emilio parecía desmayado, pues no reaccionaba a los llamados que le hacían, decidieron llevarlo al hospital.
Al día siguiente, los compañeros de viaje de Carmentea regresaron a Tumaco. Ella se quedó cuidando de Emilio quien se llevó una muy grata sorpresa al verla. Luego de que le dieron la salida, Carmentea convenció a Emilio de regresar a Tumaco y puso a su servicio su apoyo económico, su casa y su amor incondicional.
Las cosas no fueron fáciles para él, pues su cuerpo estaba demasiado intoxicado, pero Carmentea lo convenció de realizar una terapia de desintoxicación en Pasto, para lo cual tramitó un crédito. Luego de un año de rehabilitación, Emilio regresó curado a casa. Carmentea lo ayudó a conseguir trabajo como profesor de educación física y de inglés en una escuela. Con los años él abrió su escuela de boxeo y se profesionalizó como instructor de buceo.
Él ya no toma, aunque sí baila, pero siempre en compañía de su esposa, pues se casaron por la iglesia. Ahora Emilio vive feliz y es consciente de la importancia de su amada Carmentea, pues ella lo salvó, en todos los sentidos, con la fuerza de su amor.