¿Una buena o una mala mamá?
Hace poco vi en Facebook el mensaje de una madre desesperada que pedía a sus familiares y amigos que opinaran sobre si ella era una buena o una mala madre. A mi se me encogió el corazón, no por la pregunta en sí, pues muchas veces me la he realizado, en especial cuando me comparo con otras madres de mi edad y en situaciones similares a la mía, sino por esa apremiante necesidad que todos tenemos de ser calificados, de pertenecer a una escala que nos mida como seres humanos y de aproximarse a los escalafones más altos de esa valoración numérica.
A veces no logro comprender esa apremiante necesidad de valorar absolutamente todo lo que hacemos y pintarla con los dos colores más simples: el negro y el blanco, lo bueno y lo malo. ¿Acaso no vemos que la paleta tiene muchísimos colores? Algunos brillantes como el amarillo o tranquilos como el azul y que si los combinamos se puede crear el verde y esos tres colores son magníficos así tal cual como son. Sí, es verdad, son diferentes, y es de esa diferencia de donde viene su magnificencia. Así somos los seres humanos: diferentes.
Pero la pregunta de aquella mujer es aún mucho más profunda. ¿Qué es ser madre? ¿Puede una mujer ser mejor o peor madre que otra? Ser madre, en mi concepto, es algo natural, algo sencillo y a la vez sublime y no creo que nadie tenga la potestad de evaluar y categorizar a las mujeres entre malas y buenas madres. Todos tenemos en nuestro interior algo bueno y a la vez algo malo; todos tenemos luz y oscuridad y todos somos esa mezcla y es eso lo que nos hace seres únicos y fantásticos.
La mujer del Facebook es madre soltera y pedía de forma casi desesperada que comprendieran su situación de tener que dejar a sus hijos al cuidado de otras personas para poder ganar el dinero suficiente para sostenerlos. ¿Es acaso ella una mala madre? Ese mensaje tuvo más de trecientas respuestas. Quedé sorprendida con la variedad de opiniones.
Una de las que respondió decía que había dejado atrás su carrera y su vida social solo para dedicarse en vida y alma a sus hijos; otra decía que prefería aguantar los malos tratos de su marido a cambio de que sus hijos tuvieran un padre; otras, en cambio, contaban que habían salido adelante solas y que sus hijos las amaron aún más por ese esfuerzo realizado. En fin, como dice un adagio popular: “Cada uno valora la fiesta según como le haya ido en ella”. Para mí, cada una de esas mujeres es una excelente madre, no veo la necesidad de categorizarlas en buenas, malas o mejores que otras.
Mientras leía cada uno de los comentarios me preguntaba si es que acaso es menos madre la que sale a trabajar, o si es mejor madre la que renuncia a sí misma por sus hijos. Esta es una discusión completamente infundada, cada situación es diferente, al igual que cada madre lo es. Siempre he sostenido, y lo repito constantemente a mis pacientes en la terapia de familia, que no hay mejor madre para sus hijos que su respectiva madre.
A este punto ya pueden saltar algunas personas y decirme: ¿Y las que abandonan a sus hijos? ¿Y las que los golpean? ¿Y las que son drogadictas? ¿Son ellas también buenas madres? Mi respuesta es muy sencilla: no lo sé. No me considero en la capacidad de juzgar a nadie, eso lo puede hacer muy bien un juez, no yo. Si una madre abandona a sus hijos, debieron existir circunstancias extremas que la llevaron a tomar tal decisión y ahora esa mujer debe vivir el resto de su vida con esa carga en su mente y en su corazón, lo que ya es bastante fuerte para cualquier persona, pues ella misma es la juez de sus propios actos y el juez que todos llevamos por dentro es el más implacable de todos.
Cuando una madre golpea a sus hijos, hay siempre una carga de rechazo a sí misma en su interior, una carga que la impulsa a generar sentimientos de odio y resentimiento que provoca una ira descontrolada que descarga sobre los más indefensos, que en la mayoría de los casos son sus hijos. Detrás del maltrato y la violencia en todas sus dimensiones y escenarios (en el hogar, en el trabajo, en la calle), el maltratador es una persona insegura que proyecta en los demás su odio hacia sí misma, es una persona atormentada que lucha contra su eros y que deja que el thanatos resuelva sus problemas. Es una persona que necesita ayuda.
En estos casos también intervienen circunstancias sociales, pues no hay que olvidar que hasta hace muy pocos años el maltrato infantil era considerado completamente normal y romper esa cadena cultural a veces toma una o dos generaciones, hasta que se crea una verdadera toma de conciencia sobre lo equivocado de esa costumbre. Pero aquí viene la gran pregunta: ¿Cuántas veces hemos visto injusticias y las ignoramos porque es un asunto que no nos incumbe? Es más fácil juzgar y decir: “esa mujer es una mala madre” que ofrecerle una ayuda a tiempo o buscar una autoridad que pueda ayudarla y evitar que esa madre se siga destruyendo y con ella también a sus hijos.
Las mujeres que sufren de algún trastorno mental, ya sea por consumo de sustancias psicoactivas como el alcohol o las drogas, o que sufren algún tipo de enfermedad psíquica, son personas no aptas para hacerse cargo de sus propias vidas, por lo tanto, tampoco de la vida de los otros. Sin embargo, estoy segura de que el amor de madre es un potencializador muy fuerte para salir adelante. Esas mujeres no son malas madres, solo necesitan ayuda profesional, pero infortunadamente esa ayuda casi nunca llega o cuando llega es demasiado tarde.
Yo creo que una buena manera de empezar a cambiar el mundo es abandonar por completo la crítica, ese monstruo horrible y petulante que se cierne sobre la humanidad y que llena nuestros corazones de orgullos infundados y que nos hace creernos mejor que los demás y nos impulsa a juzgar sin benevolencia.
A la mujer del Facebook, mis más sinceras felicitaciones, ella expresó allí lo que muchas de nosotras pensamos sin atrevernos a decir en voz alta. Y al resto de mujeres que son madres, solo me resta decirles: Ustedes son las mejores madres del mundo, no importa si trabajan o no, si tienen un carácter fuerte o son sumisas, lo importante es que amen a sus hijos y deseen lo mejor para ellos. El amor es lo que nos hace grandes y ese amor hacia nuestros hijos es siempre infinito.